¿Cómo incrementar la disposición para aprender (DPA) en nuestros alumnos?

Por Samuel Caraballo-López

INTRODUCCIÓN

Mis continuos encuentros con docentes, tanto de educación cristiana como seculares, me han permitido desarrollar la sensibilidad para  escuchar sus quejas sobre la misión que realizan como facilitadores del aprendizaje en sus diversos contextos.  Su “queja” más común es la siguiente: “mis alumnos no tienen disposición para aprender”.  No tenemos duda que esta realidad genera frustración entre estos profesionales, que están bajo la crítica continua por el poco o ningún aprendizaje, que atestiguan las pruebas estandarizadas que se utilizan en nuestras instituciones educacionales.

¿En qué consiste la disposición para aprender (DPA)? ¿Cómo podemos remediar la falta de disposición para aprender de nuestros alumnos?

La investigación nos dice que la DPA es el estado emocional en el que se encuentra una persona frente a una situación de aprendizaje. La DPA, generalmente no es consciente ni voluntaria entre los estudiantes menores, sin embargo, los alumnos adultos pueden identificarla. Es una predisposición inconsciente, que generalmente los seres humanos no controlamos por nuestra voluntad. Podemos decir que es una especie de “barrera” invisible, que se abre o se cierra, favoreciendo o entorpeciendo a la persona en el acto de aprender.

La DPA es variable según los contextos de aprendizaje y el momento o situación en que se encuentra el alumno. Hay personas que tienen más dificultades frente a ciertas formas de aprendizajes que en otras, en ciertos momentos y situaciones que en otras, con un profesor que con otro.

Todo aprendizaje se da sobre una base biológica personal, un proceso cognitivo, una disposición emocional para aprender, junto a un diálogo socio-cultural entre los estudiantes y los docentes.  De no existir estas variables el aprendizaje será nulo o incompleto. El aprendizaje requiere que la persona se sienta «bien» frente a una situación de aprendizaje. Aprender es un proceso difícil que involucra a la totalidad de la persona, es decir lo intelectual, emocional, social, y cultural. Para poder aprender, necesitamos cierto nivel de «sosiego» para sentirnos “en casa”, acompañados y comprendidos.

El DPA depende al menos de tres (3) factores medulares:

(a) El momento o situación de vida en que está el alumno. Las situaciones de gran movilización emocional sean de sufrimiento, de preocupación o incluso de felicidad, predisponen de cierta manera frente al aprendizaje

(b) La etapa de desarrollo personal en que el alumno se encuentra. La DPA se va construyendo en el ser humano a lo largo de la vida en relación con la historia de todos sus aprendizajes. Todos sabemos que los hábitos, las maneras de actuar y de sentir, las maneras de comportarse y enfrentar los problemas tienen una base en experiencias del pasado de cada uno. Con el aprendizaje sucede lo mismo. La DPA está determinada, en gran medida, por las experiencias de aprendizaje pasadas.

La historia de nuestros aprendizajes, sobre todo de nuestros primeros aprendizajes, va dejando huellas profundas que influyen en nuestra forma de enfrentar cada nuevo acto de aprendizaje. Las maneras de actuar, sentir y pensar en relación con el aprendizaje, configuradas desde la infancia, van conformando la DPA.

(c) La percepción que el alumno tiene del contexto de aprendizaje.  Esta percepción no es consciente sino tácita o automática. El contexto siempre es social y cultural porque hay personas, objetos, reglas, normas, costumbres, que son propias de una cultura determinada. La disposición será el producto de la interrelación de variables culturales, geográficas, temporales e históricas propias de cada sujeto, del entorno en el que vive y de lo que el contexto educativo le ofrece.

El contexto influye en la DPA porque cada persona puede sentirse más “en casa” o menos “en casa” en ese contexto, según lo percibe, y de las posibilidades que este  le brinda.

¿Qué podemos como educadores hacer para estimular la DPA en nuestros alumnos?

  1. El educador debe actuar comprendiendo e incluyendo a la persona: no agregar exigencias ni culpabilizar al alumno. A veces, se puede proponer a la persona conversar sobre los temas que le preocupan. El mero hecho de encontrar un espacio y un interlocutor para desahogarse ya constituye una muy buena ayuda.

2. Dado que la etapa de desarrollo del alumno puede generar cambios e inseguridad, el ambiente de aprendizaje deberá ser no rígido, sino amigable. Debemos crear las condiciones para lograrlo, a partir de poner en juego estrategias que prioricen el aspecto afectivo del proceso de aprender.  Muchos educadores habrán notado que hay ciertas personas que, puestas en situación de aprendizaje en alguna institución, tienen muchas dificultades para aprender, pero en cambio, si la situación “no parece” una situación de aprendizaje, aprenden perfectamente. Una buena alternativa para estas personas es comenzar por proponerles actividades educacionales que “no parezcan” situaciones de aprendizaje. Y de este modo ayudarlos a vivir el acto de aprender como algo más agradable. Sin embargo, nuestra intención de ayudar al otro debe ser llevada a cabo con mucho cuidado. Es muy útil y conveniente consultar con otros colegas o asesores de otros campos del saber antes de actuar, para no generar, en definitiva, un obstáculo mayor en su DPA.

3. En principio, se debe partir de la aceptación y del respeto para el alumno, y establecer un diálogo culturalmente sensible con él. Solo así lograremos que su DPA no se vea obstaculizada a causa de su percepción de “violencia” ejercida por el contexto de aprendizaje. Por eso, hay que ser culturalmente sensible a la cultura particular de dicha generación, y no ser impositivos. Es fundamental que el educador pueda respetar la diversidad. Esto implica contemplar los diferentes contextos de origen, respetar los diferentes modos de expresión y los diferentes tiempos de aprendizaje de cada persona.

Cuando ponemos en práctica estas sugerencias en nuestros contextos de aprendizaje, existe la gran posibilidad de crear un ambiente que genere  una adecuada disposición para aprender (DPA), y se incremente la posibilidad de lograr los objetivos de aprendizaje propuestos.  Paz!

Bibliografía

Issler, Klaus and Ronald Habermas.  How We Learn: A Christian Teacher’s Guide to                Educational Psychology. Grand Rapids: Baker, 1994.

Piaget, J. La equilibración de las estructuras cognitivas. Siglo Veintiuno. Madrid, 1978.

Shulman, L. S. The Wisdom of practice: Essays on teaching, learning, and learning to teach. Ed. Suzanne M. Wilson.  San Francisco, CA: Jossey-Bass, 2004.

Vygotsky, L. S. El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Grijalbo, 1979

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