Discípulos o simpatizantes … ¿qué somos?

Por Samuel Caraballo-López

INTRODUCCIÓN

El texto para el 4 de septiembre de 2022, décimo tercer domingo de Pentecostés, lo encontramos en el Evangelio de Lucas 14: 25-33. Dado el amplio y valioso contenido para entender el evangelio de esta perícopa, dividiré su análisis en dos (2) partes: en la primera discutiré los verso 25-27, y en la segunda los versos 28-33. Espero que no infarten!

A partir de Lucas 14: 25, hay un cambio de escena en dicho capítulo, que va desde la mesa de los fariseos (verso 1), al retorno de Jesús a su subida hacia Jerusalén, ahora acompañado de una gran multitud.

El discurso sobre el significado del seguimiento a Jesús que había comenzado en la perícopa de Lucas 9: 51-62, ahora se retoma con el propósito de clarificar el concepto del discipulado a la multitud que le acompaña.  Creo que es importante señalar que «acompañar» a Jesús y ser su «discípulo» son dos (2) cosas diferentes.

En la parábola anterior, llamada la Gran Cena, Jesús había planteado que aquellos que estuviesen “amarrados” a otras lealtades, sean de familias o posesiones no podían ser sus discípulos (Lucas 14: 15-24).  Jesús declara que tener lealtades que superen la lealtad a Él, nos descalifica para ser sus discípulos.  Estas duras palabras nos deben inspirar a la reflexión sobre aquellas cosas que hay en nuestra vida que compiten con nuestra lealtad al Señor Jesucristo.

Ahora bien, en esta perícopa se repite la crítica abierta a aquellos que utilizan el “grillete” de la familia o de las múltiples posesiones u ocupaciones como excusas para no seguir a Jesús como sus discípulos.  Jesús les plantea a aquella multitud que le acompaña, que es necesario entender claramente el camino del discipulado, y como este relativiza el entendimiento sobre lo qué es la vida, la familia, la sociedad, y prioriza la aceptabilidad que el evangelio del reino de Dios propone. 

En este camino, aunque hay lealtades compartidas, no todas están en la misma posición prioritaria al mismo tiempo.  El discipulado cristiano reclama el primer lugar en las lealtades de la vida, y por ende ser el criterio unificador y modificador de las demás lealtades.  Llevar la cruz (misión) y seguir los pasos del Maestro es el distintivo del discipulado cristiano y por ende esto cambia la perspectiva sobre todas las facetas de la vida. Esto no significa que nos negamos a vivir la vida humana con todas sus demandas y responsabilidades, sino que la vida ahora se configura a la luz del discipulado cristiano.

Jesús incorpora el concepto de «conversión» [metanoia] como un cambio de mente en la vida de la persona, en la que el amor a Dios «devalúa» las antiguas lealtades, y formando una nueva identidad. Esta identidad se expresa en una conducta de amor y justicia congruente con los principios del reino de Dios. La conversión, aunque tiene una fase inicial, es un proceso de toda la vida, y afecta todas las dimensiones de la existencia humana.

DESARROLLO

Pasemos a considerar esta perícopa, que es una reminiscencia de las enseñanzas tempranas de Jesús en este evangelio (vea, Lucas 8: 4-21, 9: 23-27, 57-62; 12: 13-59).

(a) El llamado al discipulado (14: 25-27)

 Grandes multitudes seguían a Jesús, y él se volvió y les dijo:  (Lucas 14: 25 NVI).

La introducción de la perícopa es muy significativa por dos (2) razones:

Primero, nos recuerda que Jesús va subiendo a Jerusalén (Lucas 9: 51).  En Jerusalén, Jesús anticipa la hostilidad y la violencia que le espera a un profeta (vea Lucas 9: 22; 13: 31-35), y justamente Él, espera culminar su misión en la ciudad santa ( Lucas 9: 31, 51-53).

Segundo, Lucas menciona que Jesús está acompañado en su viaje por una gran multitud.  Usualmente en los relatos del evangelista Lucas las multitudes están presentes como grupos de personas neutrales de quienes Jesús atraía discípulos, y ese es el caso de esta narrativa.

De hecho, esta narrativa no nos permite ser muy optimistas sobre el potencial que aquella multitud tenía de llegar a ser discípulos.  Expliquemos este asunto.  De acuerdo con Jesús, había dentro del grupo algunos que reclamaban estar muy «asociados» con sus enseñanzas. En la experiencia de la mesa con los fariseos (Lucas 14: 1-24), como durante la subida hacia Jerusalén (Lucas 9: 57-62), habían personas que reclamaban ser discípulos de Jesús, pero sus lealtades fundamentales estaban en los valores que afirmaba su cultura mediterránea (que era la familia, amigos, posesiones, ocupaciones), y no en los propósitos de Dios. Tales personas no eran consideradas por Jesús como parte de sus discípulos.

Los textos de Lucas 13: 26-27 nos sirven para evaluar la postura de Jesús sobre los que se llaman discípulos sin serlo:

 Entonces dirán: “Comimos y bebimos contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”. 27 Pero él les contestará: “Les repito que no sé quiénes son ustedes. ¡Apártense de mí, todos ustedes hacedores de injusticia!” (Lucas 13: 26-27 NVI)

El discipulado es una relación con Jesús que compromete toda la vida, y confronta nuestras antiguas lealtades establecidas previamente a nuestro encuentro con El, y que ahora son «devaluadas» por medio de la conversión.  El «devaluar» nuestras antiguas lealtades no significa eliminarlas, sino que frente al nuevo reclamo de lealtad prioritario de Dios, estas se acomodan debajo de lo nuevo.

Es importante entender que mientras vivimos alejados de Dios adquirimos costumbres y prácticas que no tienen como fuente la revelación divina. Por lo tanto, muchos de las llamadas «prioridades» que atribuimos al cristianismo no provienen de los principios del evangelio del reino de Dios, sino de la cultura dominante y de la manifestación del pecado dentro de esta y de nosotros.  Para el evangelio solo hay dos (2) «prioridades» que son interdependientes una de la otra, a mencionar: Primero, conocer a Jesús el Hijo de Dios, y segundo, cumplir fielmente sus propósitos en cada dimensión de la vida. De estas «pende» todo el discipulado cristiano.

La expresión utilizada por Lucas para describir la acción de Jesús en el verso 25c, «y volviéndose, les dijo», demuestra el énfasis que Jesús le da al discipulado.  Los versos 26-27, presentan la enseñanza de Jesús en forma paralela:

 Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y a la madre, y a la mujer y a los hijos, y a los hermanos y a las hermanas, y aún también a su vida, no puede ser mi discípulo. Cualquiera que no carga su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo (Lucas 14: 26-27 BTX).

Es importante explicar que el discipulado no se refiere a un grupo selecto de hombres y mujeres escogidos por sus grandes virtudes.   El discipulado es para todos aquellos que se identifican con la misión de Jesús y la siguen. Ahora bien, los discípulos primitivos se distinguieron o caracterizaron por su «distanciamiento» de los valores de aquella cultura mediterránea, tales como la centralidad de la red familiar, el honor y prestigio, que se habían colocado sobre los propósitos de Dios en aquel mundo en que Lucas redacta su evangelio. 

(b) La sociología del mundo mediterráneo del siglo I

Según Bruce Malina, en su libro El mundo del Nuevo Testamento: perspectivas desde la antropología cultural (1995), el mundo del Nuevo Testamento está enraizado en los valores de las antiguas sociedades mediterráneas y para entender el texto resulta indispensables cierto conocimiento de esos valores y cierta sensibilidad respecto a ellos [1].

Para Malina, la personalidad de los antiguos la podemos categorizar como diádica, es decir una que depende del grupo para definir su identidad.  En esa sociedad el individuo depende de los grupos sociales, encabezados por la familia, del clan o grupo étnico a que pertenecen, para definirse. En este contexto el “aborrecer” (miseo [gr.]) a los parientes no es una cualidad primariamente afectiva, sino de jerarquía. Es hacer descender las lealtades familiares bajo la lealtad a Jesús.

Este punto es de vital importancia; las lealtades a la familia o al clan, que ocupa el lugar primario en la cultura mediterránea, junto al honor y el prestigio, son relegados a un segundo plano bajo Jesús y su reino.  Jesús subraya que el discipulado «relativiza» las lealtades culturales y altamente valoradas como son la familia y otros lazos sociales. Es decir, ahora la identidad cristiana no se puede definir por los valores de la cultura sino por la relación de discípulo-maestro entre los creyentes y Jesús. He ahí el «escándalo» del evangelio del reino de Dios predicado por Jesús.

Jesús con anterioridad había llamado a sus seguidores a reestructurar su identidad:

Y a todos decía: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día y sígame (Lucas 9:23).

Implícito en este texto, y en los considerados en la perícopa de hoy, está la correlación entre poner en un segundo plano todas las lealtades, y reformar la base misma de la propia identidad.  Jesús propone una identidad, no basada en líneas ancestrales o con base a su estatus social, sino dentro de una nueva comunidad que está orientada hacia el propósito de Dios y caracterizada por la fidelidad al mensaje de Jesús.  Observemos que tanto en Lucas 9: 23 como en 14: 26 las palabras son dirigidas a quien «quiera» venir o seguirme, indicando que la invitación es voluntaria y abierta a todos.

(c) El Precio del discipulado (14: 28-32)

»Supongamos que alguno de ustedes quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? 29 Si echa los cimientos y no puede terminarla, todos los que la vean comenzarán a burlarse de él, 30 y dirán: “Este hombre ya no pudo terminar lo que comenzó a construir”.

Una antigua torre de vigilancia para los viñedos.

31 »O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey. ¿Acaso no se sienta primero a calcular si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil? 32 Si no puede, enviará una delegación mientras el otro está todavía lejos, para pedir condiciones de paz (Lucas 14: 28-32 NVI).

Jesús destaca la importancia de considerar cuidadosamente las condiciones que Él ha establecido para un discipulado auténtico, utilizando dos (2) parábolas consecutivas.  La primera trata de un hombre que quiere construir una torre posiblemente de vigilancia, y la segunda sobre un rey que marcha a la guerra. En ambos casos se presenta una empresa hipotética, y que a la vez tiene muchas exigencias.  El análisis que ambos protagonistas hacen consiste en comparar los recursos necesarios para enfrentar satisfactoriamente la empresa versus los recursos reales que se tienen.

¿Con cuál de las parábolas nos podemos identificar? Aunque en el primer caso el alcance de sus propiedades no está indicado, la construcción de una torre de vigilancia, sea para un viñedo o para una muralla en la ciudad, podría conllevar un efecto adverso sobre sus finanzas. En el segundo caso, si el rey tiene una deficiencia de soldados para enfrentar al ejército enemigo va a tener serias dificultades. ¿Qué pueden hacer estos empresarios si los recursos disponibles no son suficientes?

En ambos casos las repercusiones podrían ser trágicas:

  • En el primer caso del constructor de la torre, al quedarse corto de recursos y no poder terminar se convertiría en el «hazmerreír» de todos, perdiendo prestigio y honor.
  • En el segundo caso la clara consecuencia del déficit de soldados sería la rendición ante el enemigo, trayendo el pago de sanciones y tributos (vasallo) o la posibilidad de perder su reino.

Jesús por medio de estas parábolas insiste en que los activos o apoyo de una red de parientes o amigos, tan importante en la cultura mediterránea, son insuficientes para asegurar la relación de uno con Dios. Es decir, depender de los recursos que valora la sociedad para acercarnos a Dios lo que nos traerá son resultados trágicos. Solo una fidelidad radical al objeto de nuestra salvación, y una clara manifestación de nuestra identidad como discípulos de Jesucristo nos evitará el fracaso.

Verso 33:

Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todas sus posesiones no puede ser mi discípulo.

Jesús no agrega una tercera condición para el discipulado cristiano, sino que resume todas las demás condiciones en el concepto de “renuncia”:

CONCLUSIÓN

La característica distintiva del discípulo es la disposición a renunciar a los “valores” de este siglo que son contrarios a Dios, y afirmar su lealtad a Jesús. Cuando esto ocurre la vida humana es reestructurada y se asume una «nueva» identidad basada en el «reino de Dios y su justicia».

Si estás verdaderamente unido a Jesús en su camino hacia Jerusalén, debes «devaluar» las prioridades anteriores ante la lealtad a Jesús. Preguntate ahora, ¿Qué cosas de tu entorno estan ocupando el sitio de la lealtad a Jesús? Atrévete a devaluarlas! Qué el Espíritu nos ayude ha hacerlo!

Muchas bendiciones.

Notas:

[1] Bruce Malina, El mundo del Nuevo Testamento: perspectivas desde la antropología cultural. Perspectivas desde la antropología cultural. (Navarra: Editorial Verbo Divino, 1995): 15

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