CUÁNDO EL «PROFETA» MIENTE: ¿Cómo identificar y qué hacer al respecto?

mentiras

Por Samuel Caraballo-López

¿Brota de una fuente, por el mismo caño, agua dulce y amarga? (Santiago 3: 11).

INTRODUCCIÓN

La importancia de las manifestaciones carismáticas en la vida de la Iglesia, especialmente la profecía, ha sido una señal concreta de la presencia del Espíritu Santo en medio de esta. Sin embargo, desde los comienzos de la Iglesia se ha visto la necesidad de establecer criterios para evaluar la legitimidad de la profecía dentro de las comunidades de fe. El apóstol Juan, en su época, nos recomienda claramente la gran necesidad que tenemos de evaluar cuidadosa estas manifestaciones:

Queridos hermanos, no crean a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sometanlo a prueba para ver si es De Dios, porque han salido por el mundo muchos falsos profetas (1 Juan 4: 1)

Es importante distinguir que el Evangelio es amplio y tiene diversas facetas. Sin embargo, cuando un mensaje es contradictorio, se requiere hacer un análisis del contenido del mismo, y dar a conocer los resultados. Las confrontaciones entre profetas con mensajes contrarios fue algo común en el período veterotestamentario (1 Reyes 22: Jer. 23: 13-22; 28: 1; Ezequiel 22:28).

¿Qué es un profeta? Según el Antiguo Testamento un profeta es alguien que sostiene haber tenido una experiencia personal con Dios, recibiendo de Él la misión de comunicar sus revelaciones, hablando en su nombre a los seres humanos.  Es decir, el profeta veterotestamentario  es un mediador de YHVH. También posee las cualidades de intercesor por el pueblo y de ser mensajero ante Dios de sus inquietudes. El asume una postura ética frente a la situación en que vive sostenido en su teología, que por cierto, esta versada en dos (2) fuentes, la Torá y  la revelación que ha recibido de Yahvé. Un profeta verdadero no sostiene su mensaje en impresiones, ideologías y opiniones humanas. Realmente esto último distingue el mensaje profético que comunica.

En la Sagrada Escritura se le llama al profeta  “el ojo de Dios” (Isaías 29:10), o el «centinela» de la historia (Ezequiel 33: 6). Su carisma para comunicar e interpretar la voluntad de Dios en su contexto recibe el nombre de profecía (vea, http://www.slideshare.net/samuelcaraballo/respondiendo-al-llamado-que-dios-te-ha-dado).

DESARROLLO

(a) Jeremías vs. Ananías: mensajes contradictorios (Jeremías 28: 1-4)

Uno de los debates más significativos que nos narra las Sagradas Escrituras fue entre el Profeta Jeremías y su homólogo Ananías (Jeremías 28: 1-17). Es importante aclarar que el Profeta Jeremías consideraba a Ananías como un colega del ministerio, dándole su espacio para llevar a cabo su misión. Sin embargo, en un momento particular los profetas entran en conflicto al Ananías traer un nuevo oráculo de prosperidad, que contradecía el recibido y proclamado por Jeremías:

…Ananías, hijo de Azur, profeta natural de Gabaón, me dijo en el templo, en presencia de los sacerdotes y de toda la gente: Así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel: Rompo el yugo del rey de Babilonia (Jer. 28: 1-2)

Ananías quita y rompe el yugo del Profeta Jeremías

(b) Naturaleza del conflicto profético entre Jeremías y Ananías (Jeremías 28: 8-17)

De esta confrontación profética se pueden obtener ciertas claves para determinar la validez de un mensaje que dice ser recibido de Dios. Hay varios elementos que son medulares al analizar el contenido de un discurso profético. Primero, es importante examinar si el contenido de su profecía se aleja o se acerca al mensaje central de la Biblia y, en nuestro contexto, al evangelio dado por Jesucristo. Dios siempre revela sus planes a más de uno de sus profetas en diversos contextos, confirmando así la validez del mismo (Amos 3: 7). No hay tal cosa como interpretaciones privadas del mensaje profético (2 Pedro 1: 20-21).

El mensaje profético tiene su confirmación en la misma experiencia e historia de la comunidad profética. Los hombres y las mujeres que han sido reconocidos como profetas han tenido unidad temática en sus mensajes, porque estos provienen de una misma fuente:

Los profetas que nos precedieron a ti y a mí, desde tiempos inmemoriales profetizaron guerras, calamidades y epidemias a muchos países y reinos dilatados (Jer. 28: 8).

Segundo, cuando surge un discurso profético nuevo y diferente en su estilo y contenido a las expectativas de la comunidad profética, se requiere el cumplimiento del mismo, o en su lugar señales confirmatorias de la veracidad del mismo (vea Jueces 6:1ss).

Cuando un profeta anunciaba prosperidad, sólo al cumplirse su profecía era reconocido como profeta enviado realmente por el Señor (Jer. 28: 9)

Es decir, cuando Dios traía un nuevo mensaje o profecía, era necesario que este se confirmara concretamente. En los Evangelios Jesús trae el mensaje de las Buenas Nuevas de que el Reino de Dios había llegado, que no es congruente con las expectativas mesiánicas de los judíos. Frente al cuestionamiento del profeta Juan el Bautista a Jesús sobre si el contenido de su discurso y las acciones de su ministerio eran signos de que el mesías prometido había llegado, Jesús en respuesta realizó, en aquella hora, sanidades, prodigios y milagros (Lucas 7: 20-23). Un cambio del discurso divino requiere de alguna confirmación de su veracidad de parte de Dios para aquellos que escuchan el mensaje.

Tercero, cuando se adquiere conciencia de que el oráculo profético que se está exponiendo es falso, es necesario confrontar y denunciar públicamente la falsedad:

Escúchame, Ananías: el Señor no te ha enviado, y tú infundes a este pueblo una falsa confianza (Jer. 28: 15).

He aquí la parte más difícil de este proceso. La denuncia de la profecía falsa tiene dos (2) movimientos simultáneos: (a) Confrontación del «profeta» errado, y (b) la orientación a la comunidad de lo erróneo de la profecía .

Este primer movimiento de confrontación con el «profeta» emisor de la falsa profecía, siempre tendrá como meta hacer consciente a éste del error y llevarlo al arrepentimiento para evitarle consecuencias mayores. Consideremos el procedimiento del profeta Jeremías:

12 Algún tiempo después de que el profeta Ananías quebrara el yugo que pesaba sobre el cuello de Jeremías, la palabra del Señor vino a este profeta:

13 «Ve y adviértele a Ananías que así dice el Señor: “Tú has quebrado un yugo de madera, pero yo haré en su lugar un yugo de hierro. 14 Porque así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: ‘Voy a poner un yugo de hierro sobre el cuello de todas estas naciones, para someterlas a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y ellas se sujetarán a él. También a las bestias del campo las someteré a su poder’ ”».

15 Entonces el profeta Jeremías le dijo al profeta Ananías:

—Presta mucha atención. A pesar de que el Señor no te ha enviado, tú has hecho que este pueblo confíe en una mentira. 16 Por eso, así dice el Señor: “Voy a hacer que desaparezcas de la faz de la tierra. Puesto que has incitado a la rebelión contra el Señor, este mismo año morirás” (Jeremías 28: 12-16 NVI)

En el Nuevo Testamento, Jacobo el hermano del Señor, nos aconseja sobre como proceder con aquellos que se extravían de la verdad, incluyendo a los «profetas»:

19 Hermanos míos, si alguno de ustedes se extravía de la verdad, y otro lo hace volver a ella, 20 recuerden que quien hace volver a un pecador de su extravío lo salvará de la muerte y cubrirá muchísimos pecados (Santiago 5: 19-20 NVI)

El segundo movimiento es la orientación cuidadosa de la comunidad afectada por la falsa profecía. Es importante evitar que el oyente afectado cree una confianza y expectativa ilusoria al considerar como cierto lo que es incorrecto. El aceptar como cierto lo que es falso, hace que el creyente cimente su vida en enseñanzas y premisas incorrectas que traerán como consecuencia, tarde o temprano, un desplome de su vida espiritual. Por lo tanto hay que denunciar lo falso, sanar toda disfunción y afirmar lo que es verdadero en amor y con sabiduría. Es cuestión de vida o muerte (Jer. 28: 16).

CONCLUSIÓN

Es importante que cada uno de mis lectores reflexione sobre la importancia del control de calidad de la experiencia carismática, sin » apagar el Espíritu» en nuestras congregaciones (1 Tes. 5: 19). Tenemos que reconocer que en diversas épocas de la historia de la Iglesia han surgido movimientos de renovación de los carismas del Espíritu, por cierto muy necesarios, pero que en ocasiones se han ido a los extremos, cayendo en posturas heréticas.

En el siglo II de nuestra era, hubo un movimiento de restauración de los dones carismáticos, especialmente la profecía, conocido como el Montanismo. Este movimiento comenzó en la región de Frigia, provincia de Anatolia, Asia Menor (lo que hoy es Turquía). Un creyente, proveniente del paganismo, llamado Montano, que experimentando estados de éxtasis, comienza a declarar oráculos proféticos. Posteriormente se añaden dos mujeres profetizas: Prisca y Maximila. Estas aseguran tener mensajes y revelaciones directamente del Espíritu Santo que enfatizaban el inminente regreso de Jesucristo. Este movimiento se extendió por toda la región ganando adeptos entre las comunidades cristianas, muy especialmente entre las más pobres.

Este movimiento de renovación de la profecía mesiánica y la autoridad del Espíritu en la Iglesia, fue realmente una protesta dirigida principalmente contra la creciente institucionalización de la autoridad episcopal en la Iglesia. El montanismo abogaba por comunidades cristianas igualitarias, edificadas mediante una amplia gama de ministerios carismáticos, que podían seguir escuchando la voz viva del Espíritu como en la Iglesia primitiva. Montano y sus seguidores afirmaban el testimonio de los primeros Apóstoles y el Espíritu como fuente máxima de autoridad en la Iglesia, y abogaban por la recuperación de la expectativa escatológica del pronto retorno de Jesucristo a la tierra.

De hecho, Justino Mártir (114-168 d. C), el insigne apologista griego del siglo II, en el Diálogo con Trifón (#82 y #88), utilizó entre sus argumentos la presencia de la profecía carismática de las comunidades cristianas ( en este caso las comunidades montanistas), en contraposición con la desaparición de la profecía entre las comunidades judías, como una clara evidencia de cómo la fe cristiana había reemplazado al judaísmo en los designios salvíficos de Dios.

Aunque el movimiento de Montano fue declarado herético por las autoridades eclesiásticas, y finalmente desapareció, podemos decir a su favor que el Espíritu profético no les “reveló” nuevos dogmas que contradijeran los ya existentes en la Iglesia. Aun los más fieros enemigos del montanismo tuvieron que admitir su ortodoxia doctrinal. Su apego al concepto de sucesión apostólica, que caracterizaba a este movimiento radical, era un signo de una preocupación genuina por una verdadera praxis apostólica y carismática en la estructura eclesiástica de la época.

El ejemplo del Montanismo nos debe hacer reflexionar sobre la importancia de los carismas en la vida de la Iglesia, y del cuidado que tenemos que tener al evaluar los mismos. No olvidemos al Apóstol Pablo: «No menospreciéis las profecías, sino examinad todo; retened lo bueno (I Tes. 5: 20-21 BTX) Muchas bendiciones.

6 respuestas a «CUÁNDO EL «PROFETA» MIENTE: ¿Cómo identificar y qué hacer al respecto?»

    1. El comentario mio es sencillo,yo mismo me conosco a mi mismo,y si yo estoy mal el esaje que Dios me dará será de que me arrepienta,apocalipsis 2:4 cuando estás «bien delante de Dios» tambien yo lo sé,el mismo Espiritu te hará sentir que eres amado de El y no nesecitas que alguien mas te lo diga,pero si nó tu ya ya sabes como está tu vida delante de Dios leer la palabra de Dios es la mejor manera de saber como estamos delante de Dios porque ella es como un espejo delante de nosotros cualquier mancha que tengamos la palabra nos lo hará saber para aprobarnos O para desaprobarnos

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