Coincidir y diferir … la doble naturaleza de la unidad

Por Samuel Caraballo-López

«Padre celestial, dentro de poco ya no estaré en el mundo, pues voy a donde tú estás. Pero mis seguidores van a permanecer en este mundo.  Por eso te pido que los cuides, y que uses el poder que me diste para que se mantengan unidos, como tú y yo lo estamos» (Juan 17: 11)

INTRODUCCIÓN

Este 21 de mayo de 2023, séptimo domingo de resurrección, es la antesala del festival de Pentecostés. El texto que servirá de base a la reflexión de hoy lo encontramos en el Evangelio según Juan 17: 1-11.  Este pasaje bíblico forma parte del discurso de despedida de Jesús que se encuentra en los capítulos 13 al 17 del mismo evangelio, y que equivale a un ¨testamento» de un Padre que le anuncia a sus hijos su  partida inminente.

De hecho, el texto de hoy forma parte del discurso final de Jesús antes de ser arrestado.  Las expresiones de Jesús en este discurso, más que una plegaria, es una construcción teológica comparable al Sermón de la Montaña (Mateo 5-7).  En este discurso Jesús manifiesta tristeza, rememora su vida, obra y enseñanzas pasadas (Juan 17: 4-8), además de afirmar  la esencia misma de la unidad cristiana, que es el tema principal de este escrito (Juan 17: 11).

En la iglesia en que crecí se cantaba un pegajoso coro que realmente representaba la visión  correcta de lo que es la unidad en el Espíritu:

No me importa la iglesia que vayas

Si detrás del Calvario tú estás,

Si tu corazón es como el mío,

Dame la mano y mi hermano serás.

Coro

Dame la mano, dame la mano, dame la mano

Y mi hermano serás (se repite)

DESARROLLO

(a) COINCIDIR Y DIFERIR

La unidad no es cuestión de uniformidad, y mucho menos de coincidencia en todos los asuntos. De hecho, desde los orígenes de la Iglesia, el asunto de la unidad  se ha estado discutiendo «acaloradamente».  Cuando miramos las primeras cartas del apóstol Pablo, e inclusive los Evangelios, nos percatamos de inmediato que el asunto de la unidad cristiana siempre estuvo presente en la agenda de los hagiógrafos. Esto claramente indica que la «diversidad sin integración» fue un elemento común y distintivo de las primeras comunidades cristianas.

La Carta a los Efesios, es uno de los escritos del canon del Nuevo Testamento que recoge ese anhelo de unidad con mayor vehemencia:

 Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz (Efesios 4: 3 NVI).

El escritor de los Efesios introduce el concepto «unidad del Espíritu» para referirse a la relación que debe existir entre los creyentes en Cristo.  De hecho, la naturaleza misma de la fe cristiana justifica  el llamado a la unidad:

Solo hay una iglesia, solo hay un Espíritu, y Dios los llamó a una sola esperanza de salvación.  Solo hay un Señor, una fe y un bautismo.  Solo hay un Dios, que es el Padre de todos, gobierna sobre todos, actúa por medio de todos, y está sobre todos. (Efesios 4: 4-6).Canon.jpg

(b) ¿QUÉ ES LA UNIDAD?

Los Concilios Ecuménicos de la iglesia en los primeros siglos de la era cristiana, desde el primer Concilio de Jerusalén (Hechos 15: 13-41 –año 51 d. C) hasta Constantinopla III (681 d. C),  se realizaron con el propósito de consolidar la iglesia frente a «amenazas» a la unidad tanto internas y externas.  La respuesta de la Iglesia a estas amenazas divisorias fue el articular credos y doctrinas, y ante todo la formulación del canon de las Escrituras Cristianas en el siglo IV, para que sirviera de factor unificador para los creyentes. Por supuesto, este esfuerzo redujo significativamente la «diversidad sin integración» en las congregaciones primitivas.

En la actualidad las fuerzas disidentes continúan presentes en la Iglesia, inclusive desafiando la ortodoxia cristiana, y lo que no fue fácil para los primeros creyentes, tampoco lo es para nosotros hoy. De hecho,  en la actualidad se habla mucho de la unidad en la diversidad.   Aunque la Iglesia ha utilizado trilladamente el lema  “en lo esencial unidad, en lo no esencial libertad”, lo difícil ha sido conseguir  consenso para definir lo que es esencial y no esencial en la fe cristiana.

Uno de los grandes errores de algunas denominaciones cristianas ha sido tratar de forzar una «unidad» artificial, que realmente parece ser un intento de domesticar al Espíritu Santo,  y homogeneizar la diversidad, en lugar de tener apertura a la voz de Dios. La unidad de la iglesia no puede definirse como uniformidad, sino desde la «doble» naturaleza de dicho concepto.  Cuando hablamos de la unidad cristiana se asume que hay doctrinas, principios y creencias que compartimos como pueblo de Dios,  y simultáneamente dogmas, prácticas y visiones en las que no necesariamente coincidimos.  Solo podremos caminar juntos como Iglesia de Cristo hacia propósitos y proyectos transformadores en nuestro pueblo, cuando aceptemos con humildad y respeto la «doble» naturaleza del concepto de unidad.

Esta falta de reconocimiento de la «doble» naturaleza de la unidad ha sido motivo de múltiples conflictos en nuestro mundo eclesiástico, y ha impedido que la Iglesia del Señor realice la misión de Dios juntos. El tener diferencias no puede ser un motivo para alejarnos unos de los otros. Solo en aquellos casos en que las diferencias en cuanto a la fe en Jesucristo y la ortodoxia cristiana alcanzan altos niveles de intransigencia, y los estilos de la comunicación entre creyentes rebasa los límites del amor y el respeto, la separación, aunque fuese temporal, parece ser inevitable.

(c) UNIDAD «DEL ESPÍRITU»

En este capítulo (Juan 17: 1-11), se presenta lo que considero es el elemento básico y esencial para la unidad de la  Iglesia: una fe común y personal en Jesucristo, que es «la vida eterna» (Juan 6: 40) y que ha enviado, junto al Padre, al «Parákletos» que nos une en el amor y poder de Dios (Juan 17: 20-21). Es por eso que, tanto el evangelista Juan como el apóstol Pablo en el primer siglo insisten en hablar de la «unidad del Espíritu». En medio de la «diversidad sin integración» existente, los apóstoles nos llaman a no pensar en unidad sostenida en la uniformidad, sino a una unidad que trascienda estas categorías humanas.

La unidad que el Evangelio plantea, es aquella que es producto de una confluencia cristológica y pneumatológica, y que no consiste necesariamente en una unidad física y eclesiástica. En primer lugar conocer a Jesús es el principio y cimiento de la fe cristiana (Juan 17: 2-3). Conocer a Jesús nos abre la puerta para relacionarnos con el Padre y el Espíritu Santo que produce una nueva vida nacida “de lo alto” (Juan 3:3). Este punto es medular para entender la unidad en el Espíritu. El escritor de la carta a los Efesios nos ayuda nuevamente a entender esta verdad:

En quién también ustedes, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído en Él (Jesús), fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que no es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de Su gloria (Efesios 1: 13-14 NBLA)

Al establecer por la fe una relación con Jesús, no solo encontramos la vida eterna, sino que encontramos a otros creyentes, diferentes a mí, que también han llegado a Jesús, atraídos por la misma gracia de Dios (Juan 17: 6-8). Es importante recalcar este punto, no llegamos a Jesús por un contenido que nos fue enseñado por un maestro. Llegamos a Jesús «arrastrados» por la gracia del Padre, y es en Jesús donde encontramos la vida abundante y eterna (Juan 6: 44-45; 10: 10). Al encontrarnos en Jesús, nos hacemos uno con Él y en Él,  sin ocultar nuestras particularidades. Esta «unidad del Espíritu» es un requisito “sine qua non” para ser testigos eficaces de Jesús en el mundo (Juan 17: 18).

CONCLUSIÓN

La comunidad  cristiana vive unida en y por la fe de Jesucristo, y es el Espíritu Santo el que nos amarra en su amor como un signo elocuente para el mundo (Jn 17: 6-26). Es en esa relación con Jesús y su Espíritu, que se da la unidad anhelada.  Es esa «unidad del Espíritu» que nos da la credibilidad para ir al mundo en el nombre de Jesús (Jn 17: 17-19).  En el envío, el discípulo recibe la autoridad para proclamar el Evangelio, y en la «investidura» del Espíritu se recibe el poder de lo alto para expulsar a los poderes del mal que oprimen la humanidad, y remover los obstáculos que impiden nuestra plena realización en Cristo (Juan 20: 21-23; Marcos 3: 13-15 RVR).

Cuando la misión se realiza bajo las anteriores condiciones, y solo así, el pueblo de Dios se convierte en una Iglesia invencible.  ¡Muchas bendiciones, y preparémonos para Pentecostés!

4 respuestas a «Coincidir y diferir … la doble naturaleza de la unidad»

  1. Me encanta esta reflexión continua sobre el tema de la unidad de la Iglesia, pues todos los creyentes necesitamos reconocer y comprender nuestro rol personal y ministerial para construirla y mantenerla. Personalmente sostengo que Dios tiene diversidad de denominaciones,

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  2. Se me fue el comentario a Publicar sin haber terminado…
    Decía que personalmente considero que Dios tiene diferentes denominaciones, pastores y congregaciones porque no todos somos iguales. Es decir, tenemos diversos grados de disposición y sensibilidad, autodominio o necesidades afectivas, distintas historias y expectativas, diferentes habilidades y capacidades. PERO por todos murió Cristo y todos los que vienen a Él necesitan ser discipulados, apoyados y retados a crecer, integrarse y hacerse útil en la obra. Por tanto, Dios en Su infinita sabiduría prepara ministros e iglesias adonde guiar a cada cual conforme a su necesidad real. Por eso, allí donde Dios los pone tienen que perseverar y florecer hasta que el Pastor de pastores les indique moverse, si es que eso ocurriese. No todos serán teólogos ni tampoco capellanes y mucho menos cociner@s de las escuelas bíblicas de verano… Cuando entendamos que la variedad dentro del grupo al igual que la variedad de grupos responden al plan divino dejaremos de ser «casa grande y rancho aparte». ENTONCES tendremos credibilidad e influencia otra vez en asuntos que competen el orden social y la independencia religiosa. Que así sea…

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