SER PRÓJIMO…el desafío supremo

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Por Samuel Caraballo-López

«De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas» (Mateo 22: 40)

El relato de Lucas 10: 25-37, es la lectura asignada para el 14 de julio de 2019, quinto domingo de Pentecostés. Este relato forma parte de las instrucciones sobre el “camino” cristiano expresadas por Jesús en su último viaje a Jerusalén (9:  51-19:27), y que comúnmente llamamos la parábola del buen samaritano. Como ayuda para esta reflexión tomaré como referencia un escrito de mi hijo Samuel Luis, titulado, LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO: LA PREGUNTA NO ES ¿QUIÉN? SINO ¿CÓMO?[1] Te recomiendo la lectura completa de este artículo.

En medio de la conversación con los setenta y dos (72), un doctor en la ley de Moisés (juris doctor), interrumpe a Jesús para hacerle una pregunta con intención de tentarlo: Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna? El tema central de esta unidad narrativa de Lucas es la práctica o «el hacer» la palabra de Dios. Jesús le va a contestar con otra pregunta: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? La contestación del abogado no se hizo esperar, y con cierta presunción responde:

«Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, a tu prójimo como a ti mismo.» (verso 27)

Su contestación fue breve y exacta, y Jesús lo reconoce así: «Haz esto, y viviras.» (verso 28). Lo que ocurre después era la verdadera razón del cuestionamiento de aquel doctor de la ley, y que es revelado por su pregunta irónica: ¿Y quién es mi prójimo? Jesús había enseñado en el Sermón de la llanura (equivalente al Sermón de la Montaña de Mateo 5), que no existían líneas divisorias entre amigos y enemigos , y que era necesario amar a los enemigos así como el Altísimo lo hacía (Lucas 6: 27-36) . El experto legal pretende con su pregunta reintroducir esta distinción entre amigos y enemigos [2]. La pregunta tiene como intención, no tanto mostrar su amor, sino caracterizar a aquellos a quienes no necesita, ni quiere mostrar su amor. Para Jesús el amor al prójimo no acepta fronteras ni condiciones.

La parábola del buen samaritano nos muestra tres (3) aspectos necesarios para “ser prójimo” de acuerdo a las enseñanzas del Señor Jesucristo:

a) El [ser prójimo] conlleva arriesgar nuestro bienestar personal por compasión a los que yacen tirados en las veredas de la vida. 

¿Cuán posible era que los mismos ladrones que atacaron al malherido también atacaran al sacerdote, al levita y/o al samaritano?  Muy posible. A pesar de lo peligroso del camino por donde transitaban, sólo el samaritano asumió el riesgo y se detuvo por compasión. Muchos interpretan que el sacerdote y el levita no se detuvieron ayudar porque iban de prisa a sus labores litúrgicas. Por el contrario, el relato nos dice que estos bajaban de Jerusalén a Jericó (10: 31), indicando que regresaban luego de estar ministrando en el templo de Jerusalén.  Es decir, la descripción que Jesús hace nos permite inferir que ya habían terminado sus labores litúrgicas, y que la vereda por donde transitaban estos hombres era una desértica donde no había sinagogas en la proximidad (10: 30).

Al ver al hombre moribundo, el relato nos dice que tanto el sacerdote como el levita “pasaron por el otro lado del camino” (10: 31-32). Por lo tanto, para estos funcionarios del templo pesó más el inminente peligro y su seguridad personal que el riesgo que significaba el ayudar a un desconocido en una vereda desértica. Por eso decidieron seguir su rumbo por el otro lado.

Es interesante notar que ambos religiosos pudieron identificar “quién era su prójimo”. Sin embargo, ambos rehusaron “ser prójimo” de la víctima. Quizás estos sintieron pena por el hombre o cuestionaron la efectividad de sus acciones en un lugar desolado. De hecho, por ser un lugar solitario nadie veía lo que estaban haciendo. Es posible que sus buenas intenciones fueron doblegadas por su sentido de inseguridad. Sin embargo, el samaritano motivado por la compasión, asumió el riesgo de ayudar al herido.

b) El [ser prójimo] conlleva invertir nuestro tiempo, bienes, y esfuerzos en el proceso de restauración de aquellos golpeados por la vida.

El samaritano tuvo compasión y se detuvo. Sin embargo, un simple “Dios te bendiga” no era suficiente para restituir el mal perpetrado contra la víctima. No sabemos cuánto tiempo le tomó al samaritano vendar las heridas de aquel moribundo. Tampoco sabemos cuán lejos estaba el samaritano de su destino final. Pero ante lo inesperado de la tragedia, el samaritano no escatimó usar su “vino y su aceite” (lo que sería su sustento durante su travesía) para ayudar a restaurar a una víctima desconocida. El proceso de restauración requirió llevar al abatido a un mesón y cuidar de él. ¡No hay duda que ser prójimo del caído conlleva tiempo, gastos y esfuerzo!

c) Para [ser prójimo] necesitamos romper los paradigmas socio-culturales que pautan nuestro comportamiento hacia a los demás.

En la sociedad Palestina existían parámetros que dictaban el nivel de interacción entre los judíos y los samaritanos. A la hora de ayudar al malherido, el samaritano trascendió las tensiones étnicas de su contexto en su trato hacia la víctima.

Hoy en día, los parámetros de nuestra sociedad nos llevan a adoptar patrones selectivos y parciales de beneficencia;

Como dice el dicho: “la sangre pesa más que el agua”. De acuerdo a los valores de este mundo, estamos llamados ayudar solo aquellos que guardan cierto vínculo con nosotros. ¿Pero, qué de aquel que no profesa mi misma fe, o al que no se subscribe a mis ideologías políticas, o al que no pertenece a mi grupo racial o étnico, o al que no adopta mis criterios de orientación o preferencia sexual, o al que no tienen mí mismo nivel socioeconómico o académico?

En segundo lugar, de acuerdo a los valores de este mundo, nuestras ayudas al prójimo están condicionadas por los parámetros de la “mutua beneficencia”;

Hoy por ti y mañana por mí”—así solemos decir. Por lo tanto, terminamos dándole la mano  a aquellos que tengan el potencial de compensar nuestras acciones en un futuro. Ayudamos a José porque él es una persona de influencia en la sociedad, pero no ayudamos a Pedro, el “indigente”, porque no le vemos potencial alguno.  Es decir dejamos a Pedro tendido en la vereda y cruzamos al otro lado del camino, sin ningún cargo de conciencia.

De hecho, la generosidad era vista tanto en la cultura romana y griega como un intercambio de favores (Lucas 7:1-5).  Para ser generoso se requería una «vena» de nobleza.  Los actos de generosidad respondían a propósitos claros: brindar honra y reconocimiento a los benefactores.  Es decir, la generosidad implicaba un acto recíproco de reconocimiento al acto, una especie de intercambio de servicios entre las partes.

Estos son algunos ejemplos de cómo usamos nuestros “actos de beneficencia selectiva” para cumplir con las expectativas cívicas de nuestra sociedad. Es por esta razón que el intérprete de la ley necesitaba determinar, mas que quién era su prójimo, el cómo ser prójimo.

Conclusión:

En la “parábola del buen samaritano”, lo que le interesa a Jesús es que aprendamos a ser la clase de prójimo que Él fue. Cristo no escatimó dar su vida por la humanidad, aun cuando ésta yacía moribunda a causa del germen del pecado. ¡Obviamente, es imposible ser como Cristo por nuestra propia moralidad o determinación! Por lo tanto, cuando Jesús nos dice “Ve y haz tú lo mismo” nos está invitando a reconocer lo tergiversado de nuestras acciones humanas. Sin la dirección del Maestro, hasta lo que preguntamos y expresamos tiene que ser transformado (por la boca comienza la transformación).

No obstante, la tarea de [ser prójimo] es un encargo que solo se cumple a cabalidad cuando rendimos nuestras vidas a los pies del que venció al pecado. Sin Cristo, no podemos ser como Cristo. Es solo en el poder transformador del Espíritu Santo que podemos ser la clase de samaritanos y samaritanas que Jesús desea formar (2 Corintio 5:17). Sin el poder de la resurrección de Cristo en nosotros, nuestros actos de beneficencia son solo actos de moralidad, no actos redentores.

Por lo tanto, te invito a reflexionar en las implicaciones de ser prójimo a la luz del Evangelio. Es solo en el reconocimiento de nuestra imposibilidad, y a través de la acción redentora de Cristo en nuestras vidas, que podremos hacer la transición del “¿quién es mi prójimo?” al “¿cómo ser prójimo?”.  ¡Muchas bendiciones!

Notas:

[1] Samuel Luis Caraballo. Blog “Corriendo para ganar”, www.samuelcaraballo.com , (14 de enero 2014). Consultado el 10 de junio de 2016 en https://corriendoparaganar.com/la-parabola-del-buen-samaritano-la-pregunta-no-es-quien-sino-como/

[2] Joel B. Green. The Gospel of Luke. Grand Rapids, Michigan: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1997.

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