¿Cómo ser la iglesia que Jesús siempre quiso que fuéramos?

agricultura

Por Samuel Caraballo-López

Introducción

A partir del 20 de marzo hasta el 20 de junio, ocurre en el hemisferio norte de nuestro planeta la primavera, la estación más hermosa del año.  La primavera es la época de floración y cosecha en el mundo vegetal.  Cuando se siembra, cultiva y cosecha los productos de la tierra, se genera una dinámica tal en todo nuestro ser que hace olvidar todos los grandes esfuerzos físicos y mentales hechos durante el proceso agrícola.

Todo proceso agrícola se inicia con la selección de los espacios terrestres o suelos que han de servir de contexto, seguidos de su preparación y acondicionamiento, que nos permitan las siembras que formarán nuestros pequeños ecosistemas agrícolas.  En ese proceso inicial puede estar la victoria o el fracaso de toda empresa agrícola.

Un sueño que siempre he tenido es ver los campos, montañas y llanos poblados de fincas de agricultura intensiva y diversificada, sean pequeñas, medianas y grandes.  Veo en mis sueños una diversidad de fincas produciendo vegetales, frutas, plantas medicinales y aromáticas, miel, huevos, animales domésticos y todo tipo de producto agrario; y que a su vez nuevas generaciones de agricultores aprendan a trabajar la tierra sin erosionarla, a usar el agua sin contaminarla, y aprovechar la biodiversidad sin destruirla.

agricultura ecol

Son de estos sueños y visiones que surgen la metáfora que utilizo para expresar mi concepción de la iglesia del Señor en el mundo.  Esta metáfora de la agricultura ecológica y sustentable, me sirve para caracterizar el ministerio de la iglesia, que consiste en propiciar la misión redentora de Dios en el mundo.  La misión redentora de Dios consiste en salvar, transformar y bendecir, por Su Gracia, a los seres humanos, que mediante la fe en Jesucristo se acercan a El (Efesios 2: 8-9).  El plan de Dios es devolver al ser humano, por medio de Cristo, el lugar privilegiado y la relación de amistad con Dios, el prójimo, la naturaleza y consigo mismo, que tenía en el principio de la Creación.  Por lo tanto, la iglesia tiene la tarea suprema de propiciar la misión redentora de Dios mediante su colaboración, proclamación, testimonio, servicio, acompañamiento y entrega de si, aunque el acto lleve al sacrificio personal o colectivo.

Desarrollo

Desde esta metáfora veo a las congregaciones cristianas, pequeñas, medianas y grandes, como comunidades que siembran armoniosamente todo tipo de plantas, cosechando y criando animales domésticos, según su naturaleza, y produciendo frutos diversos que alimenten al mundo y satisfagan el anhelo de Dios de unir todas las cosas en Cristo Jesús (Efesios 2: 14-16).  Las congregaciones cristianas, que, con su diversidad de dones, operaciones y ministerios propician que la vida de Dios sustente la vida plena de ésta y futuras generaciones.

Todo esto parece una utopía inalcanzable, sin embargo, las Sagradas Escrituras, la historia de la iglesia y la experiencia nos demuestra que esto es posible (Hechos 2, 44-47, Efesios 2: 17-22).  Quizás lo que falta es el entendimiento, la voluntad y las medidas necesarias que apoyen esta iniciativa que tanta bendición traería al mundo, permitiendo que cada congregación en forma participativa y armoniosa, y dentro de su llamado y contexto particular, y utilizando los dones que Dios les ha dado, puedan propiciar, en forma particularizada la obra redentora de Dios en el mundo. ¿Será esto posible? ¿Cómo podríamos hacerlo?

  1. Primero, hay que entender que la Iglesia ha sido llamada a ser solidaria incondicionalmente con el mundo (Juan 3: 16; 17: 18; Marcos 16: 15; Mateo 28: 19) .

En artículos anteriores he escrito sobre esta gran verdad que no podemos ignorar. La solidaridad cristiana implica afecto, respeto e identificación: la fidelidad del amigo o del desconocido, la comprensión del maltratado, el apoyo al perseguido, la valoración e inclusión al discapacitado, el estar presente en el dolor y la alegría, el respaldo a causas que pueden ser impopulares o perdidas, todo eso puede no constituir propiamente un deber de la justicia, pero si es un deber de la solidaridad.

Iglesia solidaria
  1. Segundo, es urgente que afirmemos que el Dios Trino y uno, nos ha dado herramientas para propiciar su misión redentora.

El teólogo y pastor protestante   Aiden Wilson Tozer (1897-1963) declaró lo siguiente: 

A. W. Tozer

«La noción popular de que la primera obligación es difundir el Evangelio a todo el mundo es falsa. La primera obligación del creyente es ser espiritualmente digno de difundirlo».

Solo se puede llegar a ser digno cuando la gracia inmerecida de Dios inunda mi vida, y por la fe en Jesucristo soy libertado del pecado, y por su Espíritu formó parte de una nación sacerdotal (Efesios 2: 8-9; Apoc. 1: 5-6).  Solo los sacerdotes de Dios, pueden experimentar, vivir y proclamar simultáneamente las buenas noticias de la redención que Dios en Cristo ha realizado en la Cruz del Calvario (Apocalipsis 1: 5-6). Es en Pentecostés que se recibe el Espíritu que capacita a la iglesia para hacer real y presente la obra redentora de Cristo, por palabras y acciones de gracia (Hechos 2: 1-4; 33-38).

La iglesia que quiere propiciar la obra redentora de Dios va al mundo y se hace solidaria con este (Juan 17:18).  Sin embargo, no podrá trascender y propiciar eficazmente la misión redentora de Dios, sino es investida del Espíritu de Jesús (Lucas 24: 47-49).  Antes de ir, hay que “quedarse” para recibir la investidura sacerdotal.

Ustedes son testigos de estas cosas. Ahora voy a enviarles lo que ha prometido mi Padre; pero ustedes quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto (Lucas 24: 47-49).

El Apóstol Pablo, luego de la gran experiencia, previa a su ministerio en Europa en su segundo viaje (Hechos 16: 6-9), aprendió lo que todos los creyentes tenemos que aprender:

“Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado. Es más, me presenté ante ustedes con tanta debilidad que temblaba de miedo. No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes sino con demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios”. (1 Corintios 2: 1-5)

Conclusión

Es importante recalcar que la investidura del Espíritu antecede a la solidaridad con el mundo, pero no la sustituye.  De hecho, la investidura del Espíritu y  la solidaridad con el mundo forman el entramado que propicia la misión redentora de Dios. El poder espiritual que se hace presente en Pentecostés tiene como propósito hacer al creyente testigo de Jesucristo en el mundo en el que es solidario.

John Wesley

 El gran pastor anglicano y teólogo cristiano británico, John Wesley (1703-1791), expresó la siguiente frase, “El mundo es mi parroquia”. Esta frase establece la postura de la iglesia, que es ser solidaria con el mundo.  Es decir, el acompañamiento misericordioso de la iglesia se manifiesta en todos los lugares donde existan seres vivos, y por lo tanto, el compromiso no se limita a un país, una cultura, un sistema o un grupo étnico particular.

Mi compromiso como iglesia es el mismo que tiene mi Señor Jesús con su creación. Las mismas herramientas de Jesús para manifestar su “gloria” en el mundo, están disponibles para Su iglesia; El Espíritu de Dios, Su amor y Su Palabra. Muchas Bendiciones.

2 respuestas a «¿Cómo ser la iglesia que Jesús siempre quiso que fuéramos?»

  1. Ser cristiano es ser reconciliados con Dios. La reconciliación marca nuestra identidad, aunque nos toma tiempo asimilarlo. Esta reconciliación implica solidaridad. Cuando pasamos del sentir a la acción, encarnamos en la práctica y proclamamos la reconciliación con Dios a otros, a veces sin hablar una sola palabra. Así podemos ser efectivos como embajadores de Cristo.

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