¡Sinvergüenzas! se robaron al Señor…

Por Samuel Caraballo-López

«La verdad es un patrono que ofrece igualdad de oportunidades a todos.»

INTRODUCCIÓN

El texto del 31 de marzo de 2024, domingo de Resurrección, lo encontramos en el evangelio de Juan 20: 1-10.

El viernes, luego de Jesús morir,  José de Arimatea, un discípulo secreto de éste (Juan 19: 38), pidió el cadáver a Pilato. Habían varias razones para aquel pedido; primero porque se acercaba el día de reposo pascual, y segundo, para evitar que las aves de carroña y las bestias del campo lo despedazaran.

Luego de recibir el cadaver de Jesús, Nicodemo, otro seguidor de Jesús, se une a José para practicar un entierro rápido, debido a las razones antes mencionadas (Juan 19: 38-42).  Nicodemo trajo una costosa mezcla de mirra y áloe como de cien libras (33 kg. o 72 libras actuales) para perfumar el cuerpo de Jesús antes de sepultarlo.  La enorme cantidad de especies para perfumar el cadaver de Jesús nos indica que no estamos ante un sepelio ordinario. El cadaver, según la costumbre judía, era envuelto en telas de lino para luego ser enterrado, y en este caso, en una tumba al parecer propiedad de José (Mateo 27:60), en la que no había sido puesto cadáver alguno, y que estaba localizada en un huerto aledaño al Monte donde había sido crucificado.

LA PEREGRINACION DE MARIA DE MAGDALA (Juan 20: 1-2)

María Magdalena fue sola, según Juan, al lugar donde habían sepultado a Jesús, ese domingo temprano en la mañana, cuando aún estaba oscuro (Juan 20: 1-18). Es muy posible que los días anteriores no hubiera podido dormir, porque para ella la muerte de Jesús era como una pesadilla.  Su devoción hacia Jesús, que pienso estaba coloreada por cierto interés personal,  la dirigió a la tumba a llorar su muerte.

María Magdalena esa mañana no venía a traer especies aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús, porque ya Nicodemo y José de Arimatea lo habían hecho (19:39s).  No obstante, al llegar al lugar, y para su sorpresa, ve la piedra de la entrada removida, y sin mirar adentro, asume de inmediato que  se habían robado el cadáver de Jesús.  Así que salió corriendo a donde se encontraban Simón Pedro y el discípulo amado y le dijo:

¡Se llevaron del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo hayan puesto! (Juan 20: 2, BTX).

SIMÓN PEDRO Y EL DISCÍPULO AMADO VAN AL SEPULCRO (Juan 20: 3-10)

Ambos discípulos, validando el testimonio de María Magdalena, corren hacia el lugar donde se encontraba el sepulcro.  El discípulo amado llegó primero, pero esperó la llegada de Pedro, no sin antes inclinarse para mirar dentro de la tumba y ver las vendas con que había sido cubierto el cuerpo de Jesús.  Simón Pedro llega después y entra al sepulcro y observa lo siguiente:

(a)   Primero, las vendas de lino con que había sido cubierto el cuerpo de Jesús estaban puestas en el suelo (verso 6).

(b)  Segundo, la tela que le cubría la cabeza (sudario) también estaba en otro lado.  Ambas prendas estaban separadas como si alguien se las hubiese quitado al cadáver (verso 7).

El discípulo amado entra  luego de Pedro y ve lo mismo, y creyó.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó. Porque todavía no habían entendido la Escritura, que Jesús debía resucitar de entre los muertos (Juan 20: 8-9, LBLA).

Algo había ocurrido, pero ninguno de los discípulos podía articular una explicación lógica para esta realidad.

¿QUÉ REALMENTE HABÍA OCURRIDO? (Juan 20: 11-18)

Los discípulos se fueron con muchas interrogantes y María Magdalena se queda llorando fuera del sepulcro, por la posible profanación del cadáver de su maestro.  Mientras lloraba, se inclina y mira dentro del sepulcro y “vio” dos (2) ángeles vestidos de blanco– que parece que desde temprano en la mañana habían estado allí– uno a los pies y otro en la cabecera de donde Jesús había sido puesto. ¿Por qué Simón Pedro y el discípulo amado no vieron estos ángeles?

Posiblemente hay muchos razonamientos y teorías para explicar esto.  Sin embargo, yo creo que la falta de referencias en el imaginario de los discípulos, junto a la ansiedad que producía lo ocurrido en los días anteriores habían bloqueado la dimensión interpretativa  de su cerebro. 

El bloqueo mental hoy se define como un estado psicológico en el que una persona es incapaz de realizar ciertas tareas o funcional con normalidad, generalmente producido por un trastorno de ansiedad. Muchos lo consideran como un mecanismo de defensa de la memoria que ocurre cuando el cerebro quiere protegerse de algunos recuerdos o sentimiento que lo han afectado negativamente. En nuestro caso, aunque estos ángeles estaban desde el principio en el sepulcro como «testigos» de la resurrección de Jesús, dada la condición de ansiedad de aquellos discípulos, nadie hasta ese momento los había percibido.

Los dos varones

Solo cuando las condiciones mentales permiten el acceso a la información ésta se puede interpretar y comprender. Según el biólogo y filosofo chileno, Humberto Maturana, las ciencias nos han demostrado que la identificación de lo que vemos no ocurren en el órgano de la visión,  sino que estos captan la luz, luego el nervio óptico lleva la información a las regiones corticales del cerebro, y este reflejo de luz se transforma en una imagen que es interpretada.  Los discípulos no podían concebir la posibilidad de la resurrección de Jesús, porque su mente estaba cargada de ansiedad, y la idea de que habían profanado la tumba y hurtado el cadáver de Jesús era la más plausible.

JESÚS SE DEVELA ANTE MARÍA DE MAGDALA

De hecho María Magdalena, por su profundo duelo y ansiedad se pierde, al principio, lo maravilloso del asombro que hubiesÍe producido lo sobrenatural del resucitado (Juan 20:1ss).  De hecho, en su segunda llegada al sepulcro, ella se inclina y mira dentro del sepulcro, y  ni siquiera se sorprendió con los dos ángeles vestidos de blanco que allí estaban (Juan 20: 12).   Es tal la situación de María Magdalena que se voltea, mira a Jesús resucitado que está frente a ella, habla con Él y no lo puede identificar (verso 14ss).

Esto es dramático, su cerebro estaba bloqueado y esto no le permite percatarse que la persona frente a ella era Jesús que había resucitado, y por quien ella lloraba.  En el llanto de María se mezclan sentimientos diversos;  la angustia de saber que todo el «castillo» de ilusiones y esperanzas que había construido en su caminar con Jesús se le había venido abajo repentinamente. Para colmo, se habían llevado el cadáver de Jesús y ahora no había un símbolo con el cual reconstruir la esperanza.

La pregunta que hacen los ángeles, y Jesús repite, es muy pertinente… ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?  Creo que las preguntas tienen una doble intención. Son preguntas que responden a lo inmediato, pero que tienen implicaciones trascendentes. Primero, María estaba tan angustiada que había llegado a la auto conmiseración, producto de sueños e ilusiones rotas,  y pretendía buscar en aquella tumba un aliciente para su lamentable situación.  En segundo lugar,  la angustia de María Magdalena por la muerte de su «amado» la había llevado a querer venerar la tumba de Jesús, como símbolo emblemático de esperanzas fallidas.   No hay duda de que quien eso hace, bloquea su propio progreso espiritual, impidiendo el desarrollo de una fe genuina que tiene como fundamento a un Cristo vivo y de poder.

CONCLUSIÓN

¿Hasta dónde las preocupaciones y premisas fijas en nuestra mente no nos dejan captar lo sobrenatural? ¿Cuántas veces lo sobrenatural de Dios ha venido a mí y yo no he podido deleitarme en su presencia?  ¿Cuántas veces hemos construido sobre nuestras fantasias, sin poder captar el actuar de Dios en una forma diferente a las que nos hemos acostumbrado? Pienso que la falta de creatividad para resolver los problemas cotidianos que tanto criticamos, se debe a que hemos sacralizado formas de pensar que excluyen lo novedoso de Dios, en detrimento de nosotros mismos y de nuestro pueblo.

A María, y posteriormente a Tomás, le fue removido el velo que le impedía experimentar lo sobrenatural del resucitado (Juan 20: 16ss; 2 Cor. 3: 14).   De inmediato su mensaje cambió de, «se robaron al Señor» a «¡He visto al Señor!»

María Magdalena fue la primera testigo del Resucitado, según Juan. Es ella la primera que se percata que son nuestras propias concepciones teológicas sostenidas en premisas incorrectas o incompletas los mayores obstáculos para seguir al Jesús resucitado, y crecer en la realización de la misión de Dios en el mundo. ¡Muchas bendiciones!

Bibliografía

Koester, Craig R. Symbolism in the Fourth Gospel: Meaning, Mystery, Community. 2nd. ed. Minneapolis: Augsburg Fortress Press, 2003.

Maturana, Humberto. Biología de la cognición y epistemología. Tomuco, Chile: Ed. Universidad de la Frontera, 1990

Michaels, J. Ramsey. The Gospel of John. Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Company, 2010

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