Entre la integridad y la tolerancia: un llamado a la reflexión

integridad20final

Por Samuel Caraballo-López

Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia, 1Pedro 1: 13

En una conferencia de prensa que ofreció la ex-primera dama, y hoy legisladora, Piti Gándara, con el propósito de presentar sus proyectos como aspirante al escaño dejado vacante por el Representante Jorge Colberg, se le preguntó— ¿Qué usted cree sobre el matrimonio entre las parejas del mismo sexo? –“lo apoyo y creo que hay que defender sus derechos”—replicó Gándara, sellando así su elección. Pensando en voz alta: si la respuesta hubiese sido en la negativa, ¿hubiese tenido el mismo endoso de los principales líderes de su partido político? ¿Cuán íntegro podemos ser en Puerto Rico hoy? ¿qué relación existe entre la integridad y la tolerancia?

Stephen L. Carter, el notable abogado norteamericano, en su excelente libro Integrity (1998), señala que la integridad demanda un proceso de discernimiento, una comprensión profunda de lo que está bien, de lo que está mal, y más allá de esto, requiere que se asuma un comportamiento consistente con lo que se ha discernido. Esa convicción abrazada requiere ser articulada en un discurso público que pueda ser considerado por la comunidad en la que se participa. Por lo tanto una persona de integridad y moralmente reflexiva debe estar dispuesta a actuar congruentemente con sus creencias, e identificar el mal doquiera éste se manifieste.

Es importante examinar la conexión entre la tolerancia y el llamado a la integridad. La palabra tolerancia tiene un origen histórico particular. El concepto de tolerancia se acuña en el escenario de las guerras religiosas en Europa, muy especialmente en Inglaterra. En este contexto histórico la tolerancia se refería a permitirles a las personas que tuviesen sus propios pensamientos en cuanto a su forma de relacionarse con Dios. En su famoso discurso sobre la tolerancia, John Locke (1689), limitó ésta a las relaciones entre los cristianos, donde el ateísmo estaba excluido. Según Locke, la composición del estado descansa en ciertas premisas cristianas, por lo tanto no incluye entre lo que debe ser tolerado al ateísmo, porque en efecto y bajo esta realidad es un enemigo del orden establecido. Por lo tanto no podemos hablar en una democracia de tolerancia absoluta porque hay elementos, que son por definición, contrarios al orden establecido.

Actualmente el uso de la palabra tolerancia es totalmente diferente a la forma en que se utilizó en sus orígenes. Cuando yo reclamo que me toleren, lo que estoy diciendo es que pasen por alto las críticas a mis opciones sobre cómo deseo llenar mis propias necesidades. Este énfasis en una cultura de satisfacción individual nos ha dirigido hacia la pérdida de la visión de los intereses colectivos y trascendentes que son comunes a la mayoría de las sociedades. La reflexión moral solo es posible si consideramos la existencia de principios que trascienden nuestras opiniones. Los conflictos sociales ocurren cuando identificamos que hay principios universales  que ciertos sectores poderosos quieren ignorar intencionalmente. Es aquí donde la integridad y la tolerancia rompen relaciones.  Ahora bien, ¿hasta dónde la integridad nos permite ser tolerantes? La respuesta a esta pregunta la consideraré desde dos perspectivas: (a) la personal y (b) la socio-cultural.

Martin Lutero, durante la Dieta de Worms del 1521, frente al reclamo del Sacro Imperio Romano Germano, que se retractara de sus declaraciones contra la iglesia, se niega, solicitando le probaran fuera de toda duda, por las Escrituras, que estaba equivocado. Lutero argumentó:

A menos que no esté convencido de testimonios de las Escrituras o de razones evidentes…–Me mantengo firme en las Escrituras a las que he adoptado como mi guía, y mi conciencia que es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar ninguna, viendo que no es seguro o justo actuar contra la conciencia. Dios me ayuda. Amén.

Lutero, en esta expresión define el concepto de integridad personal, como la vivencia de aquellas convicciones que adoptamos. Para el reformador, la integridad requiere un proceso de discernimiento informado en principios trascendentes (las Escrituras) y en la conciencia. El producto de ese discernimiento, es decir las convicciones, son abrazadas por el que reflexiona, las articula en un discurso público coherente y las propone, no como un absoluto, sino como una forma propia de ver, interpretar y vivir la realidad. En este punto, como hemos expresado con anterioridad, la integridad y la tolerancia rompen relaciones.

Desde la perspectiva socio-cultural, los pueblos han incorporado principios, leyes y normas, que por la aceptación mayoritaria de los constituyentes, por su arraigo en la naturaleza de la sociedad, el prolongado tiempo de su observancia y su desarrollo a través de la historia han entrado a formar parte de la concepción misma de lo que es un ser humano normal (Berlin, 1967). Estos principios son las fronteras de libertad que nadie está autorizado a cruzar. Estas fronteras de libertad, en nuestra sociedad puertorriqueña como gran parte de las sociedades occidentales están profundamente influenciada por los valores del cristianismo (Weber, 1978; Stackhouse, 2007), que por su uso y por la aceptación masiva, se consideran parte de lo que es normal y aceptable. Por lo tanto el reclamo de tolerancia para aquello que subvierte los principios establecidos como fronteras de libertad, no puede ser concedido. Por supuesto que estas fronteras de libertad pueden ser cuestionadas cuando la presencia de evidencia científica y razones válidas así lo justifique.

Es importante que nuestra legislatura, nuestros jueces y el poder ejecutivo, que tiene una tradición definida sobre el asunto en cuestión, y siendo los intérpretes, custodios y gestores de la ley y el orden, ponderen sus decisiones, y no se infatúen con meras medidas remediales. El responder a los reclamos de estos sectores con medidas, como lo es  el P del S 238, para establecer la política pública del Estado y la enmienda a la ley 54,  para incluir parejas del mismo sexo y a aquellas parejas heterosexuales con relaciones adulteras, no resuelve el reclamo de inclusividad y equidad solicitado, porque no trabaja con las premisas que mantienen la situación actual, sino que promueve la condescendencia y el paternalismo del estado hacia los sectores beneficiados. Lamentablemente no se ha estudiado las repercusiones en la familia y mucho menos en las instituciones privadas y públicas que sirven de apoyo social al país, de estas medidas remediales, que responden principalmente a compromisos de un partido político con los sectores reclamantes. Creo que es hora de reflexionar. ¡Reciban mis bendiciones!

Una respuesta a «»

  1. Es lamentable que estas expresiones de la ex primera Dama demuestra una falta de pricipios a nuestra sociedad, existe una gra diferencia entre libertad y libertinage son dos polos totalmente opuestos claro no me cabe la menor duda que detras de estas expresiones existe una intencion y un compromiso para darle fuerza a agendas ocultas viene con una estigma que su esposo no fue un hombre de princpios tampoco ya que como ex gobernador tambien tubo muchas agendas ocultas falta de etica, acusado ante un gran jurado, los famosos trajes de 3,000 dolares que podiamos esperar algo diferente NO. Necesitamos hombre y mujeres con pricipios con valores no importando su educacion, necesitamos humildad necesitamos tolerancia y compromiso de verdad no de embuste, y necesitamos compromiso real podemos monitoriar todos los dias como se desehata la falta de tolerancia hacia los problemas de nuestro pueblo con la insencibilidad ,la falta de prioridades a las necesidades reales como se maltrata a nuestra gente de la tercera edad como se destabilliza al pais atraves de la presa como esta influye todos los dias negativamente, podemos ver los reportajes diaripos a nuestro pueblo tenemo. pudiera escribir mucho mas espero haber podido llegar a contestarle algo de su reflexion.

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A menos que no esté convencido mediante el testimonio de las Escrituras o por razones evidentes —ya que no confío en Apostoles, Profetas-Pseudoapologetas-Escatologos-Judaizantes, ni en su Revelaciones, debido a que ellos han errado continuamente y se han contradicho— me mantengo firme en las Escrituras a las que he adoptado como mi guía. Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra la conciencia. Que Dios me ayude. Amén.

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