“¿Me lavo o no me lavo”? … Lo que me identifica como cristiano

Por Samuel Caraballo-López

“Y llamando a la muchedumbre, les dijo: Oíd y entended:  No es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca, eso contamina al hombre” (Mateo 15: 10-11)

INTRODUCCIÓN

El texto del 16 de agosto de 2020, undécimo domingo de Pentecostés y centésimo quincuagésimo cuarto (154) día del “Toque de Queda” por el COVID-19, lo encontramos en Mateo 15: 10-20, 21-28. Para este escrito utilizaré solo la primera parte, es decir los versos 10-20.

Este es el último episodio sustancial del ministerio público de Jesús en Galilea, y que es seguido de un extenso viaje fuera de Galilea, y que comprendió las regiones de Tiro y Sidón (Mateo 15: 21-39).  Luego de cruzar el Lago de Galilea y realizar milagros en la orilla occidental y las áreas circundantes, Jesús se dirige al norte a la región de Cesarea de Filipos, luego regresa a Galilea y desde allí inicia su viaje hacia Jerusalén (Mateo 19: 1).

DESARROLLO

El relato que consideramos hoy se inicia con una confrontación entre Jesús y unos fariseos y escribas pertenecientes a una delegación de Jerusalén. Al parecer estos delegados de Judea tenían estándares más estrictos en cuanto a los ritos de purificación de la Ley que los residentes de Galilea, y le cuestionan a Jesús su laxitud en cuanto a estos ritos por parte de sus discípulos:

“¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan.” (Mateo 15: 1).

No hay duda de que el asunto de lavarse las manos es actualmente uno crucial en nuestra lucha por prevenir el COVID-19.  Sin embargo, el texto no se refiere a asuntos de higiene, sino a rituales religiosos de purificación ante Dios.  Procedamos a explicar el asunto que está en disputa en este cuestionamiento fariseo.

El asunto de los rituales de purificación se levanta en varias formas en el libro de Mateo.  Jesús en sus milagros y sanidades narrados en Mateo 8 y 9, había tocado un leproso, que se consideraba inmundo (8:3), había estado en contacto con una persona no judía, específicamente un centurión romano (8: 5), que también era considerado impuro (8: 8), había visitado territorio gentil (8: 18) e interactuado con un endemoniado inmundo (8: 28), y con una piara de cerdos (8: 32).  Además, había sido tocado por una mujer con flujo de sangre menstrual (9: 20), lo que lo hacía impuro, y para colmo había tocado un cuerpo muerto (9: 25) e interactuado socialmente con recaudadores de impuestos y pecadores (9: 10). No hay duda de que toda esa agenda de “impurezas” había provocado la indignación de los fariseos.

Ahora bien, los asuntos de “impureza” habían estado constantemente presentes en el ministerio de Jesús, ya que era conocido como sanador y grandes multitudes anhelantes de salud lo habían seguido y los sanaba (Mateo 14: 34-36).  La diversidad de enfermedades y condiciones presentes en aquellas multitudes lo hacían constantemente “impuro”.

¿Qué significaba el concepto de pureza e impureza para un judío? El principio establecido extensamente en Ley de Moisés es que, dada la santidad y pureza de YHVH, para participar en la vida y la adoración del pueblo santo de Dios, una persona debe evitar la “contaminación” que podría surgir al comer alimentos impuros, comer la sangre de animales, a través de tener contacto con un cuerpo impuro, animales impuros, muy especialmente con aquellos cuerpos  que tienen descargas de fluidos, o a través del contacto físico con la persona o sus pertenencias (Levítico 11: 1-47; 17: 10-16; 22: 4-7). 

En cuanto a los rituales de purificación relacionados con lavarse las manos, la Ley de Moisés no tenía recomendaciones específicas para el pueblo. Aunque, si existían instrucciones específicas para los sacerdotes previo a entrar a ministrar tanto en el tabernáculo como posteriormente en el templo (Éxodo 30: 18-21; 40: 30-32).  Al parecer la ideología farisea de que todo Israel era un pueblo de sacerdotes, está tras este reclamo a los discípulos de Jesús (Mateo 15: 2).  No hay duda de que intencionalmente hay una crítica velada al ministerio de Jesús, acusándolo de ser laxo en la aplicación de la Ley Mosaica entre sus discípulos y por ende al pueblo.

La respuesta de Jesús no tarda en llegar.  La verdadera pureza no depende del lavado ritual de las manos: “Lo que los hace impuros delante de Dios son las acciones malas que brotan de su corazón”.  Es decir, Jesus desafía las interpretaciones fariseas de las leyes del Antiguo Testamento y cuestiona el derecho que tienen estos delegados de Jerusalén de imponer reglas no-bíblicas a otros. Las expresiones de Jesús plantean un debate para la Iglesia de Mateo, mayormente compuesta por judíos conversos sobre el tema de la continuidad de la Ley Mosaica en la comunidad de seguidores de Jesús.

APLICACIÓN

No hay duda de que la utilización de esta tradición sobre el debate de Jesús y los fariseos y escribas era un reflejo de la polémica existente en las primeras comunidades cristianas, compuesta principalmente por judíos, frente a la proclamación del mensaje de salvación a los gentiles (vea Hechos 15: 22-29).  No hay duda de que la Iglesia estaba pasando por una etapa de transición de gran dificultad al abrir su visión a un evangelio que traía salvación a todo el que creyera, sin importar su procedencia, raza, etnicidad y cultura.

El solo pensar lo duro que fue para aquellos primeros cristianos, judíos de nacionalidad, al tener que convivir con gentiles que no tenían las prácticas rituales, de higiene, de etiquetas, alimentarias y culturales de ellos. Ese proceso de adaptación, crecimiento y aprendizaje en la comunidad Cristiana en la que no podemos “llamar inmundo lo que Dios limpió” (Hechos 10: 15), fue extremadamente difícil. La experiencia de Pedro en Jope y en la casa de Cornelio ilustra de forma dramática la «revolución mental» que requería un judío para poder incluir a un gentil “impuro” en su espacio vital (Hechos 10: 9-48).

En Mateo 15: 11 se ofrece la base bíblica-teológica para el cambio de perspectiva que se requería de todos los cristianos judíos.  No podemos negar que este problema tardó en resolverse debido al conservadurismo religioso natural entre los judíos, y no por la falta de claridad en el pronunciamiento de Jesús sobre el tema. Es interesante como las palabras del evangelio encuentran resistencia en nuestras tradiciones heredadas y en ocasiones haciéndolas infructuosas.

Es irónico que esta declaración radical de Jesús que socava las regulaciones alimentarias de la Ley Mosaica ya presentadas deba ser contenido de una perícopa en la que el mismo Jesús acusa a sus oponentes de socavar la Ley misma con sus propias tradiciones (versos 3, 6). Yo entiendo que el pronunciamiento de Jesús plantea en Mateo, una nueva reevaluación de la Ley Mosaica, y que esta se encuentra su máxima expresión en la Carta a los Hebreos.

El texto de hoy nos plantea la realidad de la tensión que generan los cambios en los nuevos contextos que vive la Iglesia, y por ende todo el cristianismo del siglo XXI.  Hay una tensión entre mantener nuestra cultura y tradiciones heredadas, frente a una nueva perspectiva sobre el servicio a Dios que nos plantea el nuevo contexto en que vivimos, que no puede dejar intactas estas.

Jesús llama a las multitudes a oír y entender, que es la clave para recibir los beneficios de las enseñanzas de Jesús.  El llamado de Jesús se repite hoy. Solo cuando escuchamos y entendemos la Palabra, ésta penetra en nuestro corazón y nos comunica su verdadero significado y mensaje. Es entonces que tenemos la fuerza y el valor como su pueblo, para poner en práctica el propósito divino.

Jesús nos dice claramente que no es lo superficial (pan sin lavarse las manos) lo que nos contamina, sino que lo que nos hace «inmundos» es el no cumplimiento de aquellos estándares bíblicos que se relacionan con acciones y comportamientos.  Los verdaderos impuros los son por su naturaleza ética y moral, más que por sus aspectos externos.  Las impurezas vienen del corazón, no son solo palabras, sino asuntos de conductas:

“Pero las cosas que salen de la boca provienen del corazón, y esas contaminan al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, difamaciones. Estas son las cosas que contaminan al hombre, pero el comer con manos no lavadas no contamina al hombre” [Mateo 15:18-20].

Es importante notar que la mayoría de este listado de vicios provienen del decálogo sagrado [Éxodo 20: 12-16], y que la pureza o no pureza va más allá de lo que comemos o dejamos de comer, de con quién me relaciono o no me relaciono, de cómo me visto o no me visto; la pureza tiene que ver con los pensamientos del corazón que se expresan en acciones concretas y específicas. Es el arrepentimiento y el creer en Jesucristo lo que hace que nuestras vidas tengan derecho a acceder a esta gracia de la comunión con Dios (Romanos 5: 1-2). Creo que Jesús habló muy claro.  Muchas bendiciones.

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