Dar un “vaso de agua fría” … ¡qué gran recompensa trae!

Por Samuel Caraballo-López

 «En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Hebreos 11: 6, NVI).

INTRODUCCIÓN

El texto del evangelio del 2 de julio de 2023, sexto domingo de Pentecostés, lo encontramos en Mateo 10: 40-42. Estos tres (3) versos son la parte final del Discurso de la Misión y contienen un mensaje de esperanza para todo ser humano, que dada su sensibilidad abre las puertas para recibir a los enviados de Jesús.

En esta perícopa se nos habla de la «recompensa» que han de recibir aquellos que ofrecen su apoyo y refugio a quienes representan a Jesús. Tales expresiones parecen ser dirigidas a las “multitudes” de Galilea que acompañaban a Jesús en sus giras evangelísticas, y aun cuando no estaban totalmente comprometidas con las demandas rigurosas del discipulado (Mateo 4: 25, 7: 28; 8:18-22), tenían la disposición para colaborar con éstos.

Estas “multitudes” simpatizantes de Jesús, que eran comunes en la primera fase galileana de su ministerio, son los que llegan con Él a Jerusalén y le aclaman (Mateo 21:9-11). Aún estas personas “menos” comprometidas juegan un papel importante en la expansión de la misión de Dios. A ellos Jesús les dice que también recibirán su «recompensa».

Aunque el evangelista Mateo no menciona la perícopa del discípulo exorcista, que actuaba fuera del círculo de Jesús, y que los otros evangelistas mencionan [Marcos 9:38-41; Lucas 9: 49-50], éste no tiene ningún problema con registrar el comentario de Jesús en estos versos dirigidos a las multitudes menos comprometidas. Es cierto que hay un llamado radical a seguir a Jesús [Mateo 8: 18-21; 16: 24], pero no podemos negar que hay creyentes “menos” comprometidos que también aportan a la obra del Señor, y que son y serán recompensados por Jesús.

Multitudes que seguían a Jesus.

DESARROLLO

(a) Recompensas

»Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí recibe al que me envió. 41 Cualquiera que recibe a un profeta por tratarse de un profeta recibirá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo por tratarse de un justo recibirá recompensa de justo. 42 Y quien dé siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por tratarse de uno de mis discípulos, les aseguro que no perderá su recompensa» (Mateo 10: 40-42 NVI).

Esta perícopa de las recompensas, como mencionamos en la introducción, es parte de la conclusión del Discurso de la Misión (Mateo 9: 35-11: 1). En este discurso hay una colección de enseñanzas que se asemejan a una obra sapiencial como es el libro de los Proverbios. Es decir, en este discurso Jesús se presenta como un maestro de sabiduría que instruye a sus discípulos en la forma de vida que Él exige para aquellos que son enviados a realizar la Misión de Dios.

La característica principal de la colección es la interdependencia de cada proverbio. Ahora bien, los tres (3) versículos de nuestra perícopa son enlazados por una idea central que es el tema de las recompensas. Para entender el significado de estos textos es necesario clarificar los conceptos “recompensa de profeta” (para aquel que recibe a un profeta) y “recompensa de justo” (para aquel que recibe a un justo) dentro de las tradiciones de Israel, junto con la recompensa que han de tener aquellos que reciban a los discípulos de Jesus.

(b) La recompensa del profeta 

Hay dos (2) tradiciones emblemáticas en el Antiguo Testamento sobre el recibir la «recompensa de profeta»:

(a) 1 Reyes 17: 8-16; 17-24 –Bajo las narrativas del Profeta Elías.  Este es el caso de la viuda de Sarepta de Sidón.

(b) 2 Reyes 4: 1-7-Bajo las narrativas del Profeta Eliseo. Es el caso de la viuda del profeta fallecido.

Estas dos (2) tradiciones nos hablan de la recompensa que reciben aquellos que son hospitalarios con los “nabies” de YHVH.  En el primer caso ocurren dos (2) manifestaciones de la «recompensa de profeta». La viuda de Sarepta expresa su hospitalidad y abnegación con el profeta Elías al ofrecer agua y pan en medio de la escasez alimentaria producida por la sequía decretada por Dios a traves del profeta (1 Reyes 17: 1). En este primer caso, la «recompensa de profeta» consistió en el sustento y provisión de harina y aceite en forma milagrosa por YHVH para alimentación de aquella viuda y su familia por muchos días (1 Reyes 17: 13-16).  Además la «recompensa de profeta» se extendió nuevamente sobre la viuda cuando al enfermar y morir su hijo, es levantado de entre los muertos por el poder de Dios a través del profeta Elías (1 Reyes 17: 17-24)

El segundo caso ocurre tiempo después durante el ministerio del profeta Eliseo. La «recompensa de profeta» consistió en la provisión y sustento divino para la viuda de un profeta fallecido de la escuela de Eliseo y sus hijos. Las deudas dejadas por su difunto esposo, habían dejado a la viuda y su familia en la quiebra, y ahora un acreedor reclamaba a sus dos hijos como esclavos (2 Reyes 4: 1). Esta provisión milagrosa de aceite en todas las vasijas que pudo reunir le permitieron a la viuda pagar la deuda, evitar la esclavitud de sus hijos, y vivir dignamente con el sobrante del dinero obtenido (1 Reyes 4: 7).

La «recompensa de profeta» esta ligada a las promesas de Dios que brotan de estos relatos. En ambos casos la recompensa significó sustento, protección, no dejar en vergüenza y dignificar la persona y su linaje.

(c) Recompensa del Justo

En cuanto a la «recompensa del justo [Tzadik]», la Tora considera a alguien justo cuando tiene una relación apropiada con Dios al obedecer las enseñanzas de la ley. El «Tzadik» en un tipo especial de persona, según la tradición rabínica, cuya santidad y obediencia se encarnan en la generosidad y justicia. En la literatura sapiencial se nos dice en que consiste la recompensa del justo:

La recompensa del justo es la vida; la cosecha del malvado es el pecado. (Proverbios 10: 16, DHH)

Recibir la «recompensa del justo» es poder vivir una vida larga y con salvación, plenitud, salud y bendición De Dios.

La salvación de los justos viene del Señor; El es su fortaleza en tiempos de angustia. El Señor los ayuda y los libra; los libra de los malvados y los salva, porque en El ponen su confianza (Salmo 37: 37-40).

(d) Recompensa para los que dan «un vaso de agua» a estos mis «pequeños» discípulos.

Los textos de Mateo 10: 40-42, están vinculados entre sí con fuertes paralelismos y equilibrio estructural, y términos y motivos repetidos que hace de estos dichos una unidad coherente, como veremos más adelante. Estas expresiones de Jesús le dan al cumplimiento de la misión una estimación notablemente alta, y afirman por medio de estas recompensas lo importante que es apoyar la obra de Dios. 

Los discípulos de Jesús vienen con el carácter de los profetas y justos, además de ser «pequeños» y vulnerables.  Cualquiera que responda a ellos y muestre su simpatía y solidaridad a su causa, recibirá una recompensa apropiada de parte de Dios. ¿Por qué?

Una verdad fundamental que nos enseñan los evangelios y no podemos ignorar, es que Jesús es acogido en la persona de sus discípulos (Mateo 18:20). Cuando los discípulos se reúnen, Jesús está en medio de ellos, cuando los discípulos predican, Jesús se hace presente (Mateo 28: 20; 1 Corintios 1:21). En los evangelios hay una sucesión de autoridad que debemos reconocer: Primero, Dios, el Padre—Segundo Jesús, el Hijo y su sustituto, Espíritu Santo—y luego los discípulos (vea Marcos 9:37; Lucas 9:48, 10: 16; Juan en 13: 20, 5:23, 12: 44-45). Es decir, responder a los discípulos es responder a Jesús, y a su vez es responder a Dios, el Padre (Mateo 18:5; 25:40).

Subyacente a estos dichos de Jesús, y con referencia a ser un “enviado”, existe un principio que se consagra en la institución legal judía, llamada la “saliah” [1], en la cual el enviado es un embajador o representante con plena autoridad de la persona que lo envió. Por lo tanto, aquellos que reconocen tal autoridad en los discípulos, le dan la bienvenida y les apoyan, están reconociendo a Jesús en ellos, y por ende al Padre Celestial.

La consecuencia lógica de esto es que aquellos que rechazan a los discípulos en su misión son culpables de una falta mucho más grave que la mera falta de hospitalidad–están rechazando a Dios:

«El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió» (Lucas 10: 16).

En Mateo 10: 42 se presenta el asunto de la recompensa que estamos considerando en una forma sintáctica diferente. Observe que no se menciona una recompensa especifica como en el verso 41, pero se aclara que quien muestra hospitalidad hacia uno de estos “pequeños por cuanto es discípulo, no perderá la recompensa”, es decir, no dejara de recibir recompensa. La fórmula “por cuanto es discípulo” continua como el motivo para la hospitalidad y que a su vez propicia la recompensa.

Cuando Jesús habla de estos “pequeños” en el verso 42, se refiere a los discípulos que carecen de estatus en la sociedad en la que conviven, pero que han tomado la decisión de ser genuinos discípulos. Aunque carezcan del reconocimiento de la sociedad, ellos, al optar por el seguimiento a Jesús, se convierten en sus representantes. Esto nos debe alertar para no menospreciar a aquellos, que la sociedad margina, pero Jesús los considera sus embajadores (2 Cor. 5: 20).

Es importante observar que en Mateo 25: 31-46 la recompensa para aquellos que han ayudado a “estos mis hermanos más pequeños”, [equivalente a dar un vaso de agua en el verso 42] es el “reino” preparado desde antes de la fundación del mundo. Esta recompensa contrasta con el “fuego eterno” reservado para aquellos que no han atendido a los “pequeños”. A la luz de estos pasajes paralelos, podemos decir que la recompensa es muy alta para los que reciben a los discípulos de Jesús.

CONCLUSIÓN

Es bueno clarificar que para el tiempo en que Mateo escribió su evangelio (85-90 d. C), era muy familiar la presencia de profetas cristianos itinerantes (Mateo 7:15, 22; vea la Didajé); sin embargo, durante el ministerio terrenal de Jesús, el uso del término no era tan común. De hecho, Justino Mártir (114-168 d. C), el insigne apologista griego del siglo II, utilizó entre sus argumentos para defender la fe en Jesús, la presencia de los profetas en las comunidades cristianas, en contraposición con la desaparición de estos entre las comunidades judías, como una clara evidencia de cómo la fe cristiana había reemplazado al judaísmo en los designios salvíficos de Dios.

Tanto a Jesús como a Juan el bautista se les aclamó como profetas (Mateo 11:9; 14:5; 16:14; 21: 11, 26, 46), y fue realmente su marca distintiva. Jesús ya había vinculado la experiencia de persecución de los discípulos con un grupo especial que fueron los ¨profetas que vinieron antes de ustedes¨ (Mateo 5: 11-12), y luego hablará de enviar a sus «profetas» entre los judíos (Mateo 23: 34), y de aquí se anticipa el uso posterior del término que vemos en la comunidad de Mateo.

Después de todo, a la luz del principio que establece del verso 40, si Jesús es un profeta, lo serán también los que Él envía, y de igual forma si Jesús es justo también lo serán aquellos a quien Él envía. Dada esta realidad los discípulos hablan con una autoridad directa de Dios, y se espera que las personas reciban al mensajero de Jesús como a un profeta. Cuando una persona recibe a un profeta por ser profeta, o un justo por ser justo, o uno de estos “pequeños” por ser discípulo, se pone en la posición de recibir una recompensa similar a la del enviado. Esta verdad nos debe inspirar a ser solidarios con los que se han dedicado de todo corazón al servicio de Jesús.

Por la relevancia del tema de la “recompensa” en el evangelio de Mateo, y al comparar este con Mateo 5: 12, en el que se sustituye el término por “galardón grande” en los cielos, podemos decir que la “recompensa” se refiere a encontrar la “plenitud de vida” que solo Dios puede ofrecer (Proverbios 10: 16; Juan 10: 10). Esta debe ser la forma en que el término “recompensa” debe ser entendido.

En Mateo 18: 1-6, 10-14 queda claro el término “pequeños”, que es introducido con un niño real, que se está utilizando como metáfora para todos los miembros de la comunidad de los discípulos, tanto niños, ancianos, mujeres, personas con diversidad funcional y jóvenes, que son considerados insignificantes por la sociedad. De manera similar, Mateo 25: 40 y 45, los hermanos “más pequeños” de Jesús no son niños, sino miembros de la comunidad percibidos en su rol y estatus como “pequeños”. Jesús designa a los verdaderos discípulos como “pequeñitos” en contraste con los “sabios y entendidos (Mateo 11: 25).

Todos aquellos que representan a Jesús en una sociedad hostil, que carecen de “estatus” y son considerados como “fundamentalistas” por esta, son reconocidos por Dios como “pequeñitos”. Ahora bien, el “estatus” que la sociedad le asigne no puede negar su relación con Jesús y mucho menos la realidad de que han sido enviados por Él como sus representantes.

Cuando a estos que han tomado en serio la misión de Jesús se les ofrece “un vaso de agua fría” “por cuanto son discípulos”, dicho acto es suficiente para generar una recompensa por parte de nuestro Padre Celestial. Reconozcamos a los seguidores genuinos de Jesús, y seamos receptivos y hospitalarios con estos … lo que estamos haciendo con ellos, lo estamos haciendo a Jesús. ¡Muchas bendiciones!

Notas:

[1] La traducción griega para el concepto hebreo de «saliah» es «apóstolos» o enviado. Jesús recibe una misión de su Padre (YHVH) y la realiza a nombre de quien lo envía. Los apóstoles son «saliah» de Jesús. Es decir los discípulos son los «seluhim» de Jesús, reciben su «exousía«, el poder divino para curar y realizar milagros en su Nombre.

Bibliografía

France, R. T. The Gospel of Matthew. Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Company, 2007.

Pikaza-Ibarrondo, Xavier. El evangelio de Mateo. De Jesús a la Iglesia. Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino, 2017.

Wilson, Walter T.  The Gospel of Matthew, vol. 1. Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Company, 2022

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