Por Samuel Caraballo-López
INTRODUCCIÓN
El texto de este domingo 20 de noviembre de 2022, último domingo de Pentecostés y dedicado al Reinado Universal de Jesucristo (Cristo Rey), lo encontramos en el Evangelio de Lucas 23: 33-43. Este relato nos hace recordar la semana santa, que todavía no llega. Sin embargo, lo importante de esta escena es el concepto de “rey” que brota de la misma.
El relato nos dice que el crucificado tenía sobre su cabeza un letrero que leía: “Este es el Rey de los Judíos” (Lucas 23: 38). Del relato derivamos que el letrero era una forma de humillación y vejación a los judíos por parte de Roma. De hecho, junto con Jesús, y para dramatizar la intención de la crucifixión por parte del imperio, había dos “malhechores”, uno a su derecha y otro a su izquierda, simbolizando la derrota de todas las fuerzas opositoras. Los dos malhechores eran insurrectos, que rechazaban la imposición del imperio sobre su pueblo, el del medio también “insurrecto”, resistía todo poder que pretendía esclavizar a la raza humana y la naturaleza, se llame pecado, injusticia, violencia o destrucción.
Dentro de ese cuadro de dominio, estaban los secuaces del imperio, los magistrados y los soldados, agentes del poder opresor de Roma. Aquel espectáculo solo tenía una pretensión, intimidar y demostrar al pueblo que observaba, que todo acto de resistencia y desafío al imperio era infructuoso, y que el fin de aquellos que osaban retarlo siempre sería el mismo, la derrota y la muerte.
En medio de aquel cuadro insultante y de total impotencia, la gracia de Dios se hace presente. Uno de los «insurrectos», descubre que el hombre de la cruz del medio, era distinto a ellos. Ellos luchaban por la libertad de su nación con las armas y clandestinamente. El imperio los arrestó y los condenó a la pena capital por sus actos. Sin embargo, junto a ellos, y tratando de incluirlo en ese grupo de insurrectos, estaba Uno que no pertenecía a su grupo. Era cierto que luchaba por la liberación de todos, y no avalaba el poder usurpador e idolátrico del imperio, pero no era como ellos, ni caminaba con ellos.
DESARROLLO
(a) Los dos insurrectos.
Es posible que estos dos «insurrectos», (según Mateo, Marcos y Juan), pertenecieran al grupo de Barrabás. Su principal delito no era al robo, aunque no se descarta que hubiesen cometido dichos actos como parte de su lucha. De hecho, la pena de muerte por medio de la crucifixión usualmente era reservada para aquellos reos a los que se deseaba infringir un castigo ejemplar, que afirmara la hegemonía política de Roma, y fuera un disuasivo para el pueblo. Solo los hallados culpables de delitos despreciables, tales como insurrección, desobediencia y traición al imperio, eran ajusticiados por Roma de esta manera tan atroz.
Su compañero se había unido al coro del imperio, burlándose e injuriando a Aquel hombre, que él nunca lo había visto en las luchas armadas contra el imperio. Él nunca lo había visto asesinar soldados romanos, robar y provocar daños en la infraestructura del país. Todo lo contrario, lo había visto alejarse de los grupos mesiánicos que creían en el derrocamiento armado de aquellos invasores. La labor de ese hombre había sido hacer el bien, sin avalar los desastres del imperio y sus secuaces. La intención del imperio contra Jesús era ilegítima, y su compañero, se había convertido en cómplice del imperio con sus comentarios:
“¿Ni siquiera temes tu a Dios a pesar de estar bajo la misma condena? Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero éste nada malo ha hecho.” (Lucas 23: 40-41).
Esta declaración es clave para entender el pasaje que solo Lucas registra. El imperio descarga toda su ira contra Jesús porque éste representaba su contraparte. Aun cuando Jesús no había utilizado la espada para enfrentarse a Roma, sus postulados atentaban contra la misma concepción de ésta. Jesús había retado los fundamentos del imperio y su mensaje era claramente un reclamo a un nuevo orden alternativo a las formas de vida presentes en su mundo. La soberanía del mundo le pertenecía al Creador de todas las cosas, y no a Roma.
(b) Roma y su trato hacia Jesús
Roma se concebía a sí misma como el agente soberano de los dioses para regir el mundo. Júpiter, su dios principal, había dirigido la campaña de expansionismo romano y sus victorias respondían a sus designios. De hecho, Roma, por medio de su verdadero rector Satán, había intentado extorsionar a Jesús en el desierto, ofreciéndole el imperio y todo su poder, si se rendía ante él (Lucas 4: 1-11). Dado, que dicho intento había fracasado, no tenían otra salida que eliminarlo.
El “malhechor” [kakurgos, gr.] se percata, que Roma no llevó a Jesús a la cruz por actos militares de subversión como a él y a su compañero, por lo tanto, el imperio tenía otros motivos. El dolor y el sufrimiento abren el entendimiento del malhechor, y su «orden ontológico» se expande. Este que está en el medio, y que ocupa el lugar que le correspondía a Barrabás, representa los más altos ideales, que nosotros con las armas, y en contradicción a estos, hemos defendido. Ciertamente el poder que esta «tras” el imperio lo identificó bien; Él era el Ungido de Dios, y ahora pretendían ridiculizarlo, porque su autoridad, y el bienestar que manifestó hacia los necesitados del pueblo, sin armas y sin los recursos que tenía el imperio, demostraban que el sí era el Agente del Dios Soberano.
(c) Diálogo entre Jesús y el malechor
El malhechor [kakurgos, gr.] entiende que era el momento para “rebelarse de la rebeldía”, este era ciertamente el Rey Mesías de Dios, y que algún propósito, tenía Dios al permitir su muerte de esa manera tan ignominiosa:
Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino (Lucas 23: 42).
Cuando soy capaz de confesar mi rebelión y hago la distinción entre el Dios santo y yo como pecador, entonces puedo presentarme a mi mismo como candidato a la misericordia divina. Este acto de rebelión contra las fuerzas que por tanto tiempo me han programado, me abren los ojos para percatarme que lo que tanto busqué, está a mi lado. Las palabras de Jesús a este “rebelde de la rebeldía”, son las mismas que el emite sobre todos aquellos que reconocen su reinado en el dolor de la cruz.
En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23: 43).
CONCLUSIÓN
El reconocimiento de este insurrecto condenado a muerte de que Jesús es ciertamente el Mesías y Salvador, y que su sacrificio en la cruz es el preámbulo de su entronización, es único. La respuesta también es única; «estarás conmigo en el paraíso». El paraíso es el jardín de Dios, que a su vez es una imagen escatológica del nuevo orden de Dios que Jesús anuncia. La expresión de Jesús a este insurrecto es una demostración que el perdón y por ende la salvación es algo inmediato, y que en la crucifixión se evidencia el plan de Dios para los seres humanos caídos (Lucas 19:10).
Estas palabras de esperanza son para ti y para mí, que estando alejados de Dios, nos hemos acercado por la fe al Calvario, y hemos reconocido que solo en el Rey que murió en la cruz, y resucitó al tercer día, hay “palabras de vida”. Muchas bendiciones.