Culpa y Decepción…el preámbulo de la liberación

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Por Samuel Caraballo-López

Uno de los textos más liberadores de las Escrituras es el Salmo 32, que aparece entre las lecturas del calendario eclesiástico para el 5 de marzo de 2017, primer domingo de cuaresma. De hecho, este salmo se enlaza con el tema del pecador perdonado, tan común en el Nuevo Testamento, y muy particular en el evangelio de Lucas.

Según Walter Brueggemann en su libro, El mensaje de los salmos, el salmo 32 se divide en tres (3) partes cuya porción media contiene lo más sustancioso de este[i].  Este salmo 32 es posiblemente, una respuesta anticipada, a la concepción pesimista del mundo y de la vida que algunos cristianos sostienen, y que limita su participación en el mundo que le sirve de contexto. No hay duda que, para estos cristianos, con profundas raíces judaicas, maniqueas[ii] y monásticas[iii], la santidad no es otra cosa que el aislamiento de las actividades que consideramos mundanas.[iv] Es lamentable que no hablemos más del gozo, la alegría y el placer humano como aspectos vinculados a la santidad, que son comunes a la tradición del Jesús histórico (vea Lucas 15: 1-7; 8-10; 21-24).

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Este salmo 32 es uno de corte penitencial, en que el concepto del pecado adquiere una gran relevancia. Pasemos brevemente a considerar este hermoso salmo. Los versos 1-2 son la afirmación de una tesis general lanzada como enseñanza sapiencial. La fórmula “¡Cuan bienaventurado…!” es una conocida para los cristianos, ya que la encontramos en el Sermón de la Montaña. Esta afirmación describe como afortunados, no a los que están libres de transgresión, sino a quienes son capaces de ir más allá de esta. De hecho, estos versos, enfatizan la alegría de la persona a quien Dios ya no le imputa su culpa.

La conclusión que se da al principio del salmo, es que, para vivir una vida plena, nada mejor que ser perdonado por Dios. El salmista no se angustia por no poder vivir una vida libre de pecado, como es el discurso de muchos cristianos. El pecar se establece como premisa del vivir humano. El salmista sabe por experiencia propia la carga destructiva del pecado no perdonado (verso 3), y sabe que el perdón es la fuerza para una vida nueva (verso 1). El perdón genuino nos concede la libertad para seguir viviendo.

En los versos 3-7 el salmista comparte sus vivencias que lo han llevado a la conclusión adelantada de los versos 1-2.

“Mientras callé, se consumieron mis huesos, en mi gemir todo el día.  Porque de día y de noche tu mano se agravaba sobre mí, hasta que mi vigor se convirtió en sequedades de verano” (Salmo 32: 3-4-Biblia Textual).

El salmista narra en primera persona y libre de especulación lo que ha ocurrido en su vida. Una experiencia de transgresión y pecado sumerge al salmista en un estado de deterioro físico y emocional. Esta experiencia está en dos partes: una negativa y otra positiva.  La primera, aparece en los versos 3-4; el salmista describe lo que sucedió cuando su pesada carga, él la ocultaba de Dios.  Cuando una trasgresión no es reconocida como tal por el autor, y se pretende ocultar ante Dios, se convierte en una carga que nos enferma.

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Querido lector, el pecado es real. Es muy fácil reducir psicológicamente el pecado, y anestesiar el síntoma que es el «sentimientos de culpa», sin honestamente reconocer sus efectos sobre nuestra vida. De hecho, podemos estar mucho tiempo evadiendo nuestra responsabilidad frente al pecado, y en ocasiones lo ocultamos de nosotros mismos mediante esa capacidad humana que llamamos la auto decepción.  Muchas personas, efectivamente, tras fallar una y otra vez se convencen de tener un pobre valor personal para superar o alcanzar lo propuesto, y optan por abandonar toda lucha, porque se interpreta dicho fracaso como definitivo, negándose la posibilidad de cambio o mejora en un futuro.  El cuerpo físico paga las consecuencias de esta experiencia. Existe pérdida de peso e incomodidad, inquietud, debilidad y otras condiciones (verso 4).

La segunda experiencia aparece en los versos 5-7 del salmo.  En estos versos se nos presenta la parte positiva de la experiencia vivida por el salmista, que lo guía a iniciar el proceso de la liberación personal.  La auto decepción lo había confinado en una prisión de la cual era necesario escapar:

«Mi pecado te hice saber y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a YHVH. Y Tú mismo cargaste con la maldad de mi pecado» (verso 5).

Este texto describe el umbral de la libertad personal que consiste en reconocer y confesar su trasgresión a Dios. Confesar es estar de acuerdo con Dios que el acto cometido es incorrecto y declarar mi disposición a enmendarme. Eso es todo lo que se necesita. El acto de perdón sigue directamente al acto de reconocimiento y confesión, sin condición o mediador. Sin embargo, estoy convencido como cristiano, que el verbo hebreo “nasa’,” que traducimos “levantar”, “cargar sobre sí mismo” y “alejar”, expresa un anticipo teológico de lo ocurrido en la cruz del Calvario[v]:

A partir de los versos 6-7, hay un cambio en la tónica del salmo que contrasta con los versos 3 y 4. Ahora Dios es accesible a todos (v. 6), sin embargo, el punto principal es la experiencia personal del verso 7; “Tú eres mi refugio, me guardarás de la angustia”. Cuando el perdón de Dios se manifiesta en el ser humano, la gracia, que es la fuerza de Dios para el cambio, comienza a actuar.

restauracion

La parte media del salmo establece concisamente un movimiento liberador: parálisis (vv. 3-4), reconocimiento y confesión (v. 5), rescate y bienestar (vv. 6-7). Aunque los versos 1 y 2 anuncian de forma anticipada la conclusión, el detalle que dan estos versos afirman la verdad central del salmo, la dicha del ser humano depende de dar a conocer, de no ocultar, y de confesar su pecado a Dios. Mucho antes de la psicoterapia este salmista comprendió la fuerza del lenguaje, la necesidad de aliviar con palabras y de admitir; la liberación proviene cuando nos comunicamos con que alguien que escuche y pueda responder.

A nivel teológico, este salmo hace una manifestación tan obvia que podemos ignorarla en nuestra convulsionada sociedad. Dios no es algo opcional, sino Alguien con quien hay que contar en la vida, que establece normas y con quien debemos relacionarnos. La culpa, aunque puede ser destructiva,  se disipa cuando el motivo de esta es plenamente reconocido y confesado ante Dios.

En los versos 8-11, después de compartir la experiencia de lo que ha sucedido, el salmista vuelve a la postura didáctica de los versos 1-2. El que ha encontrado este camino de libertad debe compartirlo. Este camino de liberación es doloroso al tener que reconocer y confesar nuestra maldad, sin embargo,  este es el camino de la liberación, y a su vez, es un camino de sabiduría para el penitente, que es necesario divulgarlo a otros:

Tú me dijiste:  Yo te voy a instruir; te voy a enseñar cómo debes portarte. Voy a darte unos buenos consejos y a cuidar siempre de ti.  Los mulos y los caballos son tercos y no quieren aprender; para acercarse a ellos y poderlos controlar, hay que ponerles riendas y freno. ¡No seas tú como ellos! (Salmo 32: 8-9 TLAD).

terquedad

Siempre me he preguntado: ¿Por qué tenemos que esperar pasar por experiencias desagradables y dolorosas para acercarnos a Dios? En el verso 9, se amonesta al oyente a que no ser terco, exhortación ampliamente repetida por los profetas clásicos (cf. Isaías 1; 2ss; Jeremías 8: 6ss).

Dios no está dispuesto a hacer el papel de un domador de bestias en cuanto al ser humano se refiere. Lo que Dios espera es que nosotros desarrollemos la sabiduría de gobernarnos a nosotros mismos (vea a Jesús: Mateo 7: 1-3; Marcos 7:18ss; 8:33ss; 10:23ss).  Dios anhela que el ser humano, que no está ajeno de pecar, descubra a través del perdón y la restauración el camino verdadero de la santidad, que consiste en sacar bien del mal, y en descubrir la verdad superando el error.

El salmo finaliza con una exhortación a confiar en Dios, y alegrarse y regocijarnos en una vida liberada por la acción redentora de Dios. Que el perdón recibido y la transgresión no imputada sirva de estímulo para vivir una vida de sabiduría y justicia, manifestando con nuestros labios cánticos de gratitud y transformación. ¡Así nos ayude Dios!  Muchas bendiciones.

 

Notas Finales

[i] Brueggemann, W. El mensaje de los salmos: Un comentario teológico.  Santa Fe, ciudad de México: Universidad Iberoamericana, 1998, págs. 145-146.

[ii] Se conoce como maniqueísmo a la doctrina del príncipe persa Manes (215-276 d.C) y sus partidarios, autor de una herejía del cristianismo que se inició en el año 242 en Persia y se extendió por el Oriente Medio y el Imperio Romano. El fundamento del maniqueísmo es el dualismo y su principal creencia el gnosticismo. Existe desde la eternidad dos principios opuestos, concebidos sobre la forma de dos reinos: el de la luz, que representa el bien físico y moral, y el de las tinieblas, que representa el mal.  El primero, comprende un cielo y una tierra luminosa, es el dominio de Dios; y el otro, colocado por debajo del cielo, es el dominio de Satanás y sus demonios.

[iii] Concepto usado para denotar el modo de vida característico a personas que viven separadas del mundo, hacen votos religiosos y siguen una regla monástica determinada. El propósito es la separación del mundo con la esperanza de alcanzar una vida religiosa con ideales diferentes de los del común de las personas.

[iv] Benetti, S. Salmos para vivir y morir.  Madrid:  Ediciones Paulinas, 1978, pág. 62.

[v] Vea 2 Corintios 5: 17-21, Pablo en los versos 18-19 expresa ese sentir presentando a Jesús el Mesías como mediador de esa reconciliación entre Dios y ser humano.

 

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